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Renovación en la Biennal

Renovación en la Biennal

Las bienales y los premios de artes plásticas han desempeñado un papel muy significativo a nivel internacional, especialmente durante la segunda mitad del siglo xx. A un nivel mucho más modesto, incluso doméstico, el advenimiento de la democracia supuso una eclosión de bienales locales de alcance nacional que fueron un importante vivero para que jóvenes artistas pudieran empezar su andadura en las arenas movedizas de las artes visuales contemporáneas. Las sucesivas Bienales de Mislata desde 1985 hasta 2008, recogieron en sus modalidades de Pintura y Escultura un muestreo representativo de los cambios estéticos que se suceden inexorables. Tras siete años de vacas flacas, el año pasado, acertadamente ampliada con el nombre de Miquel Navarro, resurgió esta histórica bienal con renovados bríos bajo el comisariado de Alba Braza.

La cada vez más cuestionada división disciplinar ha sido sustituida por un binomio alterno centrado en su cualidad de premio -de reconocimiento a la calidad- ya sean de intervención en el espacio público, ya sean premios de adquisición de obras concebidas para fijarse en la pared. La relación dialógica y directa con el público en el primer caso y el compromiso social en el segundo, conforman un programa por lo demás muy abierto y transparente; las convocatorias no tienen límite de edad, ni de nacionalidad, ni de residencia ni de técnica y en las bases se publica quién forma el jurado.

Bajo el subtema «igualdad de género»,185 propuestas -una cifra más que notable- se han quedado reducidas a 10 flamantes finalistas. Con independencia del innegable estímulo y el reconocimiento que supone para las dos premiadas, Rosalía Banet y Sandra Paula Fernández, cabe destacar tanto el elevado nivel del conjunto como la diversidad de lenguajes concitados. Tanto es así, que en una primera impresión el tema no aparece impositivo ni explícito. Solo la contemplación atenta nos proporcionará los elementos necesarios para perfilar un amplio territorio en el que conviven poéticas marcadamente personales y comprometidas con ese denominador común de la igualdad de género que se entrecruza fructíferamente con otros temas de candente actualidad como la ecología, el activismo, la denuncia, la perversión publicitaria, la manipulación de la historia, los estereotipos y la imposición de modelos y patrones. Pintura, fotografía, dibujo, collage, vídeo, registros sonoros... toman cuerpo en materiales y formatos que definen unas obras de gran interés. Muy contundente es la instalación Missed call, minimalismo con carga de profundidad de Gema Rupérez. Para no parar de pasar páginas sin salir del asombro, la muy delicada Queridas viejas, editando a Gombrich de María Gimen. Y una grata sorpresa la pieza tejida con el suficiente «calor de hogar» para encender algunas alarmas demasiadas veces silenciadas e inadvertidas. Hibridación y mestizaje como signo de unos tiempos en los que todo parece girar y cambiar a velocidad de vértigo.

En definitiva, una excelente muestra para constatar que la belleza es compatible con la crudeza y la dureza; un arma de doble filo, cargada de futuro (Celaya dixit).

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