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Max Aub en todos sus estados

Max Aub en todos sus estados

«He venido, no he vuelto», escribió Max Aub en La gallina ciega, amargo diario de su primer viaje a España en 1969, después de treinta años de exilio en México. Allí regresó para fallecer en 1972 a pocos días de una segunda y breve visita a España. Ahora vuelve a Valencia con esta excelente muestra que puede verse en el Centro Cultural Bancaixa, comisariada por Juan Marqués y organizada por el Instituto Cervantes. La exposición está algo escondida. Los grandes telones de la fachada de Bancaixa anuncian a Sorolla, a Valdés y, con un tamaño algo menor, a Vicente Ortí, el más interesante de los tres, a mi juicio. Aub tan solo merece un discreto desplegable en el vestíbulo. No deja de tener gracia que Sorolla, en cierto modo, oculte a Aub quien como joven y vanguardista escritor no respetaba demasiado el «calendarismo» del amable y luminoso artista. «Prodigioso pintor -escribió-, pero cuya falta de inteligencia hiere tan visiblemente.» Exigencias de una vanguardia que en la Valencia de finales de los veinte prefería a Pedro de Valencia o a Genaro Lahuerta y leía más a Azorín, a Cocteau o a Marinetti que a Blasco Ibáñez.

Retorno a Max Aub entrevera la biografía y la obra y propone un estimulante paseo cronológico punteado por la dramática cesura de la Guerra Civil y el exilio. En torno a ciento veinticinco documentos, en su mayoría pertenecientes a la colección de Teresa Álvarez Aub y a la Fundación Max Aub, dan forma a este atractivo compendio portátil que no olvida ninguno de los registros de una obra llena de ingenio y de imaginación en la que encontramos novela, teatro, ensayo, relatos breves, fascinación por la tipografía, un falso pintor que fue Josep Torres Campalans, y la película Sierra de Teruel, dirigida por André Malraux, de cuyo guión técnico se ocupó Aub.

En el inicio, le vemos en 1911 acompañado de su hermana y de su elegante madre en París, donde había nacido en 1903. En el final, en otras fotografías tomadas en Madrid en 1972, aparece en un puesto de la Cuesta de Moyano y en el escaparate de la librería de García Rico. Entre ambas fechas, otras imágenes le muestran en Valencia, en la casa de la playa de Las Arenas; también en el campo de internamiento de Vernet, en un pequeño y desconocido óleo firmado por un compañero de nombre Carlos; en México, con Tomás Segovia; o en Roma, con Dámaso Alonso y Jorge Guillén. Fragmentos de la historia de la cultura española que también asoman en las cartas de Juan Ramón Jiménez, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre o Luis Buñuel -quien le escribe en París en 1968 a punto de iniciar el rodaje de La vía láctea. Otro exiliado en México, como lo fueron Gil-Albert -cuyo nombre aparece en un apunte de su agenda- o Moreno Villa, del que vemos dos retratos a lápiz de 1951.

Fotos y también manuscritos como el de Historia de Alicante o Campo de los Almendros, novela que cierra El laberinto mágico, que el pasado año adaptó el Centro Dramático Nacional, cuya primera edición (1968) también se exhibe. De su etapa valenciana, tramo inicial de la exposición, se muestran obras como Fábula Verde -ilustrada por Pedro Sánchez e impresa en 1932 en la Tipografía Moderna, el taller de la calle Avellanas de Valencia tan celebrado por Aub. Y Narciso (1928), primera obra teatral cuyo manuscrito, que localicé hace unos años en la Biblioteca de la Universidad de Valencia, hubiera resultado sencillo exhibir.

Tras los «Campos de Sangre» -título del segundo apartado- que se cierran con el Diario de Djelfa (1944), los largos años del exilio en México, entre 1942 y 1969. Es la etapa en la que Aub alcanza su plenitud como autor y es también la más extensa de la muestra. Sobran razones. Campo cerrado (1943), editada por Tezontle, un sello amparado por el Fondo de Cultura Económica que al decir de Alfonso Reyes atendía ediciones de autor; los Crímenes ejemplares (1957), que hace unos años reeditó Media Vaca con la Fundación Max Aub; las amistosas entregas de El Correo de Euclides, colmadas de titulares fantásticos; La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco y otros cuentos (1960), con la divertida historia de Ignacio Jurado, camarero mexicano que harto de escuchar el repetido «Cuando caiga Franco» de los ruidosos parroquianos españoles decide viajar a Madrid para acabar con la vida del dictador; o el famoso Juego de cartas (1964) de Torres Campalans, el amigo de Picasso, del que también se muestran dibujos originales.

A Max Aub la dictadura no le autorizó viajar a España en 1951 cuando falleció su padre. Tampoco en 1962 al morir su madre, a la que sólo pudo ver en Perpignan en 1958. Finalmente, en 1969, con motivo del proyectado libro sobre Buñuel que le había encargado el editor Aguilar, se le permitió una estancia de tres meses. En Valencia mantuvo un encuentro con jóvenes universitarios en aquel sótano inolvidable de la librería Viridiana, en el Pasaje Artis. Fui uno de los callados estudiantes de aquella tarde que tan decepcionante debió resultarle. «Acudieron al panal al conjuro del exilio. No tenían la menor idea de quién era», escribió. A pesar del prestigio del que ya gozaba, nada sabíamos -yo al menos, para qué mentir, lo desconocía todo de aquel escritor entrado en años. Y tardé algún tiempo en leerlo. La estimulante obra de Aub -un laberinto que, felizmente, no tiene salida, apunta Marqués-, se ha ido editando y estudiando en estos años, pero Aub sigue sufriendo olvidos como recuerda el reciente episodio de la eliminación de su nombre en el rótulo de uno de los teatros del Matadero de Madrid que obligó a la alcadesa Carmena a rectificar la decisión de la delegada de Cultura, Celia Mayer. Este retorno a Max Aub es, pues, muy oportuno. Vayan a verlo. Y sobre todo léanlo.

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