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¿Tiene sentido la historia?

¿Tiene sentido la historia?

La creciente conciencia de estar entrando en una nueva época de amenazas globales sin un desenlace previsible, en la que, además, estallan las pasiones étnicas y religiosas y los valores de la Ilustración retroceden, parece estar confiriendo una actualidad renovada a la vieja pregunta por el sentido de la historia. Incluso cabría decir que en muchos casos el presente, que podría suponerse que da sentido al pasado, genera hoy mayor interés que el propio futuro. Algo que está afectando, incluso, a la utopía que parece estar quedando reducida al mero recuerdo del futuro que algunos soñaron en el pasado.

Consciente de esta situación y de la creciente quiebra de «la posibilidad de adentrarnos en el futuro en condiciones, albergando la esperanza de que nuestras aspiraciones y proyectos largamente aplazados encontraran por fin en esa etapa la ocasión para ser materializado», Manuel Cruz, bien conocido por sus aportaciones a la Filosofía de la Historia, a la Ética y a la Filosofía política, decide hoy hacer frente con meritoria resolución a la pregunta por el futuro. Una pregunta de muy difícil tratamiento, sin duda. Al menos si se es consciente, como lo es él, del «profundo estupor» con el que nos enfrentamos hoy al porvenir, provistos tan solo de un «espeso engrudo» de perplejidades en modo alguno ajeno, se nos dice, al notable deterioro del que somos testigos y protagonistas del proyecto moderno en todas sus dimensiones. Nada tiene de extraño, pues, que el resultado de las sagaces investigaciones de nuestro autor sea una sabia y matizada ontología del presente.

De acuerdo con tal designio, Cruz recorre con mirada a un tiempo lúcida y crítica el complejo territorio en el que los hombres y mujeres de hoy desarrollamos nuestras vidas y sus paisajes centrales. Entre otros el citado retorno del pasado , con la consiguiente reivindicación de la memoria, desde la que enseña a la que libera pasando por la que legitima, la que repara y la que cura, así como por la histórica; «incapacidad de proyecto futuro» y el «fracaso» que Cruz relaciona con ello, «de cualesquiera proyectos de transformación de lo existente». A lo que habría que añadir, siempre según nuestro actor, y sin agotar su amplio recorrido por las transformaciones de toda índole que se han producido en nuestro mundo en las ultimas décadas, que «en el presente las diferencias entre las diversas opciones políticas han pasado a ser crecientemente irrelevantes, resultando en la práctica tales opciones a menudo indistinguibles unas de otras».

Y así, paso a paso, la conclusión se impone: La historia no tiene un sentido garantizado por unas leyes en realidad supra históricas. No hay ningún referente, ningún blanco histórico al que apunte un Súper Sujeto orientado, en clave más o menos determinista, a marcar el curso de la misma. Más bien ocurre lo contrario, argumenta Cruz. La historia es autotélica y un acontecimiento histórico no es otra cosa que el resultado de la intervención de la subjetividad en una parta del espacio y del tiempo. En cualquier caso, lo que no sería, lo que no es, es una fatalidad de las fuerzas históricas. De ahí a concluir que de tener algún sentido la Historia, este solo sería obra nuestra, creación de una libertad que procura siempre luchar contra los -por otra parte inevitables- condicionamientos de su hacer, no hay más que un paso. Por eso Marx hablaba de leyes en la Historia no de leyes de la Historia. Tiene su lógica pues, que nuestro autor concluya que aunque la Historia no tenga un sentido allegado a ella desde fuera por alguna Instancia Superior, no por ello podríamos aceptar que nos hayamos quedado sin futuro.

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