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El arte chiripitifláutico

No habéis entendido el concepto, muchachos. Algunos de vosotros sois unos malpensados y unos alarmistas. El viento que recorre el mundo no es un temporal de revisionismo puritano, ni una borrasca de buenista ñoñez infantiloide, sino que se trata de una necesaria puesta al día de los contenidos y formas del gran arte. ¿O es que somos caníbales aún? ¿O es que todavía andamos por la estepa en taparrabos, o, discúlpenme -para que no suene con tanta crudeza-, en ropa interior, en paños menores, como se ha dicho durante toda la vida?

El propósito último de la literatura ha sido siempre docere et delectare, enseñar deleitando, y no hay mejor manera de enseñar que corregir. La corrección representa el grado máximo de la enseñanza, y no existe mejor manera de corregir que tachar, borrar, aligerar las cosas.

El arte debe ser aéreo, ingrávido, sutil, y, puestos a desear lo mejor, ha de intentar no ofender a todas esas minorías cuyos derechos hemos logrado reivindicar con tantos sacrificios. Me refiero a los niños, a las mujeres, al colectivo LGTB, a los animales, a las minorías religiosas, a las etnias del mundo, a la tercera edad (antes conocidos como viejos), a los discapacitados, a los enfermos (individuos en proceso de sanación), a las agrupaciones de ateos y agnósticos, a los veganos, a los vegetarianos, a los lactovegetarianos, a los lactoovovegetarioanos, a los semivegetarianos. Pido disculpas por no poder incluir todas aquellas minorías y mayorías que lo merecen, pero el articulismo constituye una actividad imperfecta desde muchos puntos de vista.

No habéis captado la esencia del asunto, compañeros. Lo de retirar las ninfas de Waterhouse y pedir que den puerta a las lolitas de Balthus representa una necesidad en nuestro camino hacia el docere. Minúsculos sacrificios estéticos.

Después de mucho meditar, he llegado al convencimiento de que el mejor favor que le podemos hacer a la literatura es el de popularizar las ediciones adaptadas a los tiempos que corren. Igual que existen las ediciones infantiles y juveniles, deberíamos poseer colecciones para lectores avanzados, que han dejado atrás el primitivismo de las ambigüedades morales. Se trata tan sólo de cambiar un poco de allá, de añadir una pizca aquí, de mejorar una paginita de vez en cuando.

Sueño con un Quijote sin varapalos al anciano caballero, con una Celestina que encubra más lo humano, con un Lazarillo que no consienta el maltrato infantil, con un Popeye de Faulkner que no vaya violando con mazorcas de maíz a las jóvenes blancas norteamericanas.

Me sigue encantando aquella canción de la tele en blanco y negro, que endulzaba nuestras tardes del franquismo terminal: Chiripitifláutica es la sonrisa de papá, chiripitifláutica es la sonrisa de mamá, chiripitifláutico el gesto alegre del bebé, chiripitifláutico es don José.

¿Quién sería aquel enigmático don José? ¿Una exigencia de la rima? Se me ocurre que podríamos resultar conciliadores y adaptar también la canción al siglo xxi. Chiripitifláuticas son las personas. Ya sé que no rima, pero lo que se pierde en musicalidad se gana en igualdad de género y condición poética paritaria.

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