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La incomunicación vista por Denica Veselinova

La incomunicación vista por Denica Veselinova

Se supone que vivimos un momento en el que la comunicación está al alcance de todos, eludiendo cuestiones periféricas como la brecha digital entre generaciones y zonas rurales, nos han hecho creer que en este mundo globalizado los seis grados de separación se han convertido en un golpe de click que conecta a cualquiera con quien quiera. Que toda persona tendrá su momento de gloria, el suspiro de éxito que auguraba Andy Warhol cuando declaró que en el futuro todo el mundo sería famoso durante quince minutos. Ahora preguntémonos qué tiene esto de cierto si rascamos la superficie.

En semejante tesitura pone al espectador la exposición Des-comunicados de la artista Denica Veselinova (Bulgaria, 1983) en la galería Set Espai d´Art. Internet, las redes sociales y aplicaciones vinculadas a la comunicación, especialmente a la comunicación verbal ya sea por escrito o mediante vídeos (tutoriales, videollamadas, selfies, gifs) son herramientas con las que la artista trabaja interrogándolas y sembrando un aparente caos controlado. Probablemente estemos ante la mayor desinformación que emana del excesivo caudal informativo que nos brindan infinitas fuentes y redes de información hoy en día, en muchos casos de escaso rigor informativo e imposibles de contrastar. Noticias traducidas con traductores automáticos que generan conflictos, falta de entendimiento, discusiones y tensiones a gogó.

La artista multidisciplinar afincada en Madrid, que expone por primera vez en València, nos habla desde su condición migrante como búlgara que ha vivido en diferentes países, políglota y con un acento en español difícil de determinar dado el tiempo que pasó en Tenerife que la impregnó de una entonación llena de musicalidad. Constantemente le preguntan si es argentina, uruguaya, mexicana, pero también italiana o danesa. Su rostro tampoco tiene rasgos identitarios arraigados a un área geográfica concreta. Ella vive la deslocalización en su propia piel, percibe los prejuicios inocentes de quienes necesitan clasificar por nacionalidad, edad o procedencia casi por inercia.

A través de dibujos en los que lenguas se entrelazan, se lían intentando traducir una palabra, se rompen o retuercen, esculturas provocativas sacadas de moldes de su cuerpo, que invitan a tratar de imitar un gesto concreto de pronunciación y una gran instalación audiovisual interactiva expresa sus inquietudes. Hace que el público repare sobre ellas y lo lleva a interactuar. No, no estamos tan bien comunicados. Dependiendo de dónde posiciones la lengua sobre tu paladar el sonido que emitas en un idioma cambiará el sentido de la palabra o su contenido por completo, dejará de ser la palabra que querías decir y lo que deseabas transmitir se perderá en el vacío de la incomunicación.

La instalación principal sobre la cual pivotan las demás piezas expuestas se halla en la sala interior de la galería y, efectivamente, otorga al visitante atrevido sus minutos de gloria. Lo invita a sentarse frente a un dispositivo tecnológico diseñado por la artista que graba su boca pronunciando una frase, la que él decida, traducida a otra lengua escogida por el programa de forma aleatoria y transcrita fonéticamente. De este modo, leyéndola tal cual se supone que se pronuncia, podemos estar diciendo algo aproximado a lo que intentábamos pero el nativo de la lengua en cuestión tendría dificultad en entendernos. Su boca, pronunciando vagamente en bucle, se proyecta junto a otras tantas en un collage virtual sobre la pared, un muro simbólico de incomunicación, en una vorágine de frases pronunciadas a la nada en miles de idiomas diferentes, una porción de rostro convertido en arte efímero y crítica social.

Queda demostrado que a los traductores automáticos les queda mucho camino por delante si de verdad van a ser capaces de lograr el objetivo de traducir simultáneamente a las personas en un futuro no muy lejano. Asimismo, ¿queremos que eso suceda? ¿Se perderá, entonces, el don de lenguas? O sea, si ya no hace falta esforzarse en aprender otros idiomas puede ser que cada vez los estudiemos menos y dependamos de las máquinas, de que dichas máquinas sean «honestas» e infalibles a la hora de transmitir el mensaje adecuado. Nuestra supervivencia en manos de inteligencia artificial que intercambia información rápidamente, que hasta genera sus propios lenguajes ininteligibles para nuestras mentes, pero que tal vez un día decida acabar con los nuestros porque la incomunicación no se limita sólo a la ausencia de comunicación.

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