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La feria

Ayer visité la feria, justo antes de que la clausuraran y a continuación comuniqué esta increíble experiencia a mi familia: „Me he pasado la tarde en la feria, ha sido estupendo. ¿La feria? -me preguntan Vanessa e Iván, mis sobrinos pequeños con condescendencia-, pero tío, ¿no sabes que es en julio? No, no -balbuceo-, no me refiero a la noria, la montaña rusa, los puestos de tiro al blanco y todo eso, la que os digo es? Mi primo Felipe me corta con autosuficiencia: „Te refieres a Forinvest, supongo: no sabía que jugaras a la Bolsa, te tenía por un poco palurdo y como medio poeta. Pues tampoco -le contesto bajando los ojos-, ni idea de que hubiese una feria de inversiones, pensaba que esas cosas funcionan con información privilegiada y que cuando eres un pardillo, no te comes un rosco. Mi primo me fulminó con una mirada de sublime desprecio (suele comprar acciones siguiendo los consejos de su banco y a veces ha perdido bastante dinero) y yo me batí en retirada. En esto que tercia mi tía Amparo: „Dejad tranquilo al chico -para ella siempre seré el chico-, ya se sabe cómo son estos profesores, que no se enteran de nada: a ver, ¿estás hablando de la feria del mueble, de la del automóvil, de la de vinos y alimentación, de? Sin dejarla terminar, mi tío Cosme, su marido, zanja el interrogatorio con autoridad: „¡Es capaz de venir de la feria del libro!

Rodeado de familiares -unos expectantes, otros divertidos, la mayoría, indiferentes- confieso mi pecado: „Sí, ayer estuve en la feria del libro. Un murmullo de incredulidad acoge mis palabras. ¡A quién se le ocurre perder el tiempo con esas cosas! -sanciona Don Rubén, un amigo de la familia de toda la vida, que no es que anduviese por ahí, es que no nos libramos de él: Si por lo menos fuese la de novedades, esa que hacen en mayo y en la que hay presentaciones y música. Pero ahora la que está en las platabandas de la Gran Vía es la del libro viejo y de ocasión, una pura cochambre que no sirve para nada. Esa feria es como el rastro de los domingos, el de los cacharros y la ropa vieja. No juzguen mal a Don Rubén. Es de los pocos que aún compran y leen religiosamente el periódico cada día, en vez de ojear noticias falsas en los foros de internet. Lo que pasa es que este hombre es un esteta futurista y no soporta las antiguallas. Como era el único que parecía dispuesto a entrar al trapo, entablé conversación con él mientras los demás se dispersaban.

No lo crea, Don Rubén -le dije- estas antiguallas no son como las demás. En la feria del libro antiguo y de ocasión el precio es lo de menos. Si vas al rastro a comprar una vajilla, un microondas o un abrigo de segunda mano es porque estos utensilios -que puedes encontrar nuevos y mejores en cualquier centro comercial- están muy baratos. En la feria del libro que clausuran el día de la Cremà hay libros muy baratos y los hay muy caros, depende. Sin embargo lo fundamental es que no los encontraríamos en una librería normal y corriente porque están agotados. Hay personas que van buscando alguno en particular y lo primero que hacen es preguntar al librero. Sorprendentemente, en la feria este suele ser una persona que entiende y que en vez de abismarse en el ordenador (¿ha dicho el procès?: lo siento no tratamos el tema catalán; por cierto, Kafka se escribe con ce o con ka?), te da consejos, te lo promete para la semana que viene, te mima como una madre. En definitiva, que la feria del libro viejo y de ocasión es otra cosa, es un mundo sectario de adeptos al libro que van (vamos) buscando los misterios de Eleusis mientras unos libreros pacientes ofician los distintos cultos. Don Rubén se me quedó mirando como si yo estuviera loco: ¿a quién se le ocurre coleccionar libros si luego no se pueden vender porque no los quiere nadie? Pues por eso mismo, porque solo los quiero yo, pensé para mis adentros. Pero me abstuve de decírlo. Los lectores empezamos a ser como los antiguos cristianos y toda precaución es poca.

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