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La herencia recibida

La herencia recibida

Un maestro valenciano del arte, don Ricardo Verde, le dijo un día al gran pintor Francisco Lozano: «Pinte con el denodado afán de quien no sabe hacerlo». Me gustó siempre la cita, pero la educación, que nos construye y nos da sus propias explicaciones, también nos impone sus dudas. Ortega y Gasset recomendaba: «Siempre que enseñes, enseña a dudar de lo que enseñas», que es seguramente lo que ha hecho el catedrático Javier Pérez Rojas, obediente a Ortega, y lo que muestra en este libro. Así que cualquiera que haya contado con buenos maestros para enseñarle a manejar el lápiz y el pincel y a mezclar los colores, y ratificarse así en su convicción de que el mundo -el paisaje, los hombres, las mujeres, las plantas y los animales- pueden ser copiados, oiría alguna vez decir que «la naturaleza imita al arte». Pues bien, todo el mundo sabe que en su manejo de la reconocible luz mediterránea nuestros mejores pintores nos dieron de una época a otra una nueva luz esencial, nacida de la propia luz vivida, esa otra luz que ilumina la oculta austeridad, el paisaje sobrio del que nos han privado los deslumbrantes brillos. Y todo eso se ve en este libro de Javier Pérez Rojas, que no es sencillamente un catedrático subido a una tarima, sino un desvelado que procede siempre a un tanteo, ese modo de tocar que produce el duermevela y en el que entre la realidad y el sueño detecta uno una geometría incierta. Responde a una determinada condición del desvelado, que es la del hombre que plenamente despierto se entrega a la luz y recoge de ella las formas que la luz propicia en sus cambios caprichosos. A ese desvelo invita en este libro, junto a muchos compañeros de viaje. Y si se trata de un desvelo tan intenso es porque está convencido de que en eso consisten los descubrimientos del arte que se manifiestan plenamente a través de la luz. Pero para semejante empeño, como acaso no se bastaba consigo mismo, organizó una orquesta o un grupo de trabajo para que pusieran todos ellos en nuestras manos un tomazo titulado Del ocaso de los grandes maestros a la juventud artística valenciana (1912-1927).

Pero no nos quejemos, porque si el pintor y el arquitecto se confunden, por ejemplo, y la pintura cobra incluso la dimensión escultórica que la emparenta con la arquitectura, en el último caso las luces y las formas, hijas unas de las otras, dan el resultado de una poética que propicia la emoción de la que nos hace partícipes Pérez Rojas en este tomazo tan rico en contenido. Pérez Rojas y sus acompañantes realizan todo un recorrido por el paisaje próximo o por la invención de la proximidad, ya sea en la acuarela de los grandes maestros y el arte sobre el papel o en la urbanización de la València de aquel periodo. Sin embargo, del andar a ciegas como camino de búsqueda no se desprende exclusivamente el resultado de estos mosaicos de la naturaleza, sino en la manera de tocar todo aquello que se nos revela como formas armónicas de un universo donde explosiona toda la pirotecnia del color y nos los convierte en fragmentos ignotos de la mirada que sustenta los espacios secretos revelados por los grandes maestros valencianos a la juventud artística que les sigue hasta 1927. Es una manera de tocar la carne del espacio el modo en que los autores de este libro que ha juntado Pérez Rojas dan vida a un magma; configuran, tocándola, una vegetación; construyen con las manos del artesano el azulejo o dan la apariencia de vidrio a la cristalera que les viene del sueño o de la bola de juego a unas formas que quizá provengan de los entretenimientos de la infancia. Porque no en vano son niños grandes los que encierran esos corpachones de los grandes maestros, de los artistas traviesos que juegan en estas páginas, tan dispuestos a incordiar con sus enredos como a emocionar con la inocencia. Y no con la inocencia mal entendida que se confunde con la ingenuidad, sino como esa forma de pureza que tiene que ver con el entusiasmo. Porque toda obra de arte es autobiográfica, de una forma u otra, y la de estos inventores de sus propias luces lo es desde el vitalismo que inspiran las armoniosas formas que nos ofrecen una pintura. Pero no creo que haya artista que se quede en sí mismo y no busque la connivencia de un espectador, y en el caso de los que nos ocupan, tan variados de un tiempo a otro, y especialmente en sus maestros, es tal la generosidad y la imposibilidad de entenderse sin los otros que buscan más darse con sus obras que ser reconocidos en ellas. Así que esta manera de entender la pintura no podía ser ajena al entusiasmo desbordado que Javier Pérez Rojas y todos esos autores que le acompañan en este libro ponen en la pintura y en otras artes, generosos en el reconocimiento de los artistas y amigos de relacionar en una misma mirada a gentes de muy distinto talante creador, de variada procedencia o de un largo recorrido. Y por eso el activismo cultural de Pérez Rojas, un indagador al que no se le escapa pincelada original alguna, recoge la figura plural de un intelectual como López Chávarri o encarga a Jaume Penalba Alarcón la de Federico Aymamí y el Palacio de las Artes de València. Pero quién sabe si el estudio contenido en este libro, por algunas de las cosas ya dichas, no se nutre también de su gusto por abrir ventanas a los otros y permitir los abrazos en el arte más allá de las diferencias. En todo caso, juegue con una u otra materia, indague en nuevas formas o no, reconozca al artista medio oculto o menos valorado de lo que merece, lo que importa es la mirada de Pérez Rojas y las que le acompañan. Importa en cualquier estudioso que verdaderamente lo sea, pero es que este inquieto Pérez Rojas no para de mirar al mundo en sus detalles y a lo que pasa en él, con sus compañeros y discípulos, para que no se le marchiten las plantas que florecen en las obras que estudian ni se oscurezcan jamás los cristales por donde penetra la luz que les da vida. Y todos ellos, bien haciendo repaso a lo que acaba y a lo que llega, miran a los grandes maestros, pero invitan también a mirar a los grandes discípulos. No pierden la memoria y mucho menos la mirada.

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