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Charles Simic y las salchichas fritas

Charles Simic y las salchichas fritas

«Cuando sube el telón, estoy sentado desnudo en un orinal en el jardín trasero de la casa que mis abuelos tenían en un pequeño pueblo de Serbia. El año es 1940. Se me ve feliz. Es un bonito día de verano rebosante de sol.» «Mi especialidad era mezclar lo serio con lo trivial, lo frívolo con lo elevado.» «Esta es la historia de mi vida.».

Dicho así, parece fácil, algo al alcance de cualquiera, un juego de palabras más o menos ingenioso. Pero es arriesgado. Para empezar, hay que distinguir netamente entre lo serio y lo trivial, lo frívolo y lo elevado, y no confundirlos nunca, porque cuando se toma en serio lo trivial, o lo frívolo nos parece elevado, pasa lo que pasa. Pero si se consigue, y lo han conseguido muy pocos, entonces surgen tipos como Buster Keaton, o como Samuel Beckett, o como el propio Charles Simic. Ahí va un jugoso ejemplo a propósito de la poesía: «Lo único para lo que la poesía ha servido desde siempre es para hacer que los jóvenes odien las clases del instituto y den saltos de alegría cuando ya no tienen que volver a enfrentarse a un solo poema más. El mundo entero está completamente de acuerdo en este particular. Nadie en su sano juicio lee poesía. Incluso entre los teóricos de la literatura contemporáneos está de moda ostentar un halo de superioridad frente a la literatura y, en particular, la poesía. Que aún haya gente que escribe es una rareza más propia de una columna de periódico titulada ´Aunque parezca mentira?´» (El problema de la poesía).

Aunque parezca mentira (un buen título también para esta reseña), quien escribió esto es uno de los mayores poetas vivos en lengua inglesa, profusamente galardonado y traducido a otras lenguas, entre ellas la nuestra (en la misma editorial pueden encontrar varios títulos más suyos, entre ellos sus memorias y una selección de fragmentos extraídos de sus cuadernos con un brillante epílogo de Seamus Heaney, Abreviando que es Simic, en el que le califica de «surrealista, y por tanto cómico»). Pero Charles Simic (Belgrado, 1938), no es únicamente un enorme poeta, sino también un agudo crítico y ensayista como atestiguan sobradamente los textos reunidos en este espléndido libro. La vida de las imágenes es una selección de sus prosas, textos publicados originalmente en revistas, prólogos de libros, catálogos de exposición, reseñas de The New York Review of Books, escritas a lo largo de los últimos veinticinco años, textos la mayoría de ellos recogidos posteriormente en libros. Crítica literaria, crítica social, crítica política, notas autobiográficas, textos sobre la guerra, sobre cine, sobre filosofía, confesiones, textos sobre las matanzas de inocentes en las guerras modernas, sobre Roberto Calasso, sobre Buster Keaton, sobre Marina Tsvetáieva, sobre su abuela, sobre las salchichas, sobre Nueva York, sobre Gombrowicz, sobre Odilon Redon, o sobre el insomne Cioran, al que comprende bien pues él mismo padece insomnio, «ese salivazo en el ojo, por así decirlo». Simic nos recuerda que vivimos rodeados de contradicciones; nos recuerda que podemos esquivar las balas, pero no la lógica (aunque yo no estoy tan seguro de esto); que el pasado no está muerto y que la verdad no se encuentra, sino que se hace; nos recuerda que «si el humor llegara a extinguirse, los seres humanos se quedarían sin alma». Pero también nos habla de la escritura automática, que él también ha practicado: «Al escribir, en numerosas ocasiones uno se dice a sí mismo: ´Esto no lo entiendo en absoluto, pero, aún así, voy a dejarlo como está´» (La pequeña Venus de los esquimales). O de las insólitas e inquietantes imágenes del Bosco en Las tentaciones de san Antonio (El diablo es un poeta). O de los horrores de la guerra civil en la antigua Yugoslavia (La fábrica de huérfanos). Ante tanto tema serio podríamos pasar por encima las salchichas fritas (Salchichas fritas; El romance de las salchichas), pero cometeríamos un imperdonable error. Las salchichas no son un tema anecdótico en Simic. «Me acuerdo más de lo que he comido que de lo que he pensado.» Como tampoco lo es el blues, en el que se reconoce experto (No hay cura para el blues). En cualquier caso, lo anecdótico para Simic es lo principal. Y todo el mundo sabe que las salchichas son un complemento estupendo al blues. Y es que «el motivo por el que la gente compone poemas líricos y canciones de blues es porque la vida es breve, dulce y pasajera.» Pero también porque después de toda una vida, breve, dulce y pasajera, «uno no ha llegado a comprender el mundo en el que vive.» Esto no significa que escribamos para comprenderlo, ni que leamos para comprenderlo, sino únicamente que escribimos y leemos porque no lo comprendemos. Quizá por el mismo motivo también nos gustan tanto a algunos las salchichas fritas.

La poesía no reside únicamente en la forma, ni reside sólo en la expresión. La poesía es lo que se expresa. Y el poeta, acostumbrado a expresarse mediante imágenes, mediante metáforas, no se encuentra siempre en su salsa, para decirlo con una expresión que Simic seguramente apreciaría, cuando escribe en prosa. No es su caso. La claridad es quizá una de las virtudes más sobresalientes de su prosa. Simic no se anda con rodeos. Dice siempre lo que quiere decir. Y si es necesario, no duda en utilizar «palabras malsonantes», por las tiene una especial querencia. «Hay momentos en la vida en que se requiere usar un señor improperio.» (Alabanza del improperio). Y «nada más lejos de mi voluntad que deshabituarme de este defecto», como escribió Robert Burton en su Anatomía de la melancolía. Es difícil malinterpretar a Simic.

Charles Simic emigró a Estados Unidos con su familia en 1954, donde desde entonces reside, imparte clases y escribe. Premio Pulitzer de poesía en 1990, es miembro de The American Academy of Arts and Letters, traductor, y autor de más de sesenta libros, entre poesía y prosa. Sus dardos son siempre certeros, siempre aciertan, incluso cuando no dan en el blanco. Su ironía es sutil. Su humor, corrosivo. Sus intuiciones, brillantes. Sus deducciones, demoledoras. En sus impagables memorias, de título también impagable, Una mosca en la sopa, escribió: «No ser nadie me parece muchísimo más interesante que ser alguien.» Y en sus cuadernos, El monstruo ama su laberinto: «Toda mi vida me he esforzado en crear una pequeña verdad a partir de infinidad de errores.» Pero mejor terminemos con esta otra sentencia, tan actual, tan devastadora: «He aquí una ley férrea de la historia: la verdad se sabe justo en el momento en que a nadie le importa una mierda.»

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