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Copistas, impresores y libros

Copistas, impresores y libros

El libro impreso es como la rueda, afirmó Umberto Eco, una vez inventado no se puede hacer nada mejor, no depende de ningún enchufe eléctrico, es el medio más eficaz para transportar información y no está amenazado por la condición perecedera de los soportes electrónicos. No todos comparten la opinión del ensayista italiano. Continuamos a vueltas con los cambios en la industria del libro y la aparición de nuevas maneras de leer, con la pugna entre la edición en papel y la edición digital. Formas, en definitiva, complementarias más que antagónicas. Algo de eso ocurrió también con los libros en la transición de los tiempos medievales a los modernos, entre la caligrafía y los tipos móviles que ideó Gutenberg en torno a 1450. Nos lo recuerda Descobrint tresors. Manuscrits e incunables, muestra organizada por la Biblioteca Histórica de la Universidad de València con el comisariado de Margarita Escriche y Elisa Millás y la colaboración del profesor Francisco Gimeno. Documentada selección de dieciocho manuscritos y de ocho incunables -la mayoría impresos en València- del acervo de la biblioteca. No existen diferencias entre unos libros estampados antes del 31 de diciembre de 1500 y otros editados en 1501, pero la convención bibliográfica distingue a los primeros con el calificativo de incunables -del latín incunabula - por entender que la segunda mitad del siglo xv corresponde a la cuna del libro.

La exposición inaugura una serie que irá dando a conocer los variados fondos históricos y bibliográficos de la Universidad. Un patrimonio que tardó algún tiempo en lograr importancia, ya que si bien el Estudio General fue creado en el umbral del siglo xvi, la Biblioteca no lo fue hasta 1785, gracias a la donación que hizo Francisco Pérez Bayer de sus libros y manuscritos. La donación estaba asociada al Plan de reforma de los estudios -el mejor de la Ilustración universitaria española- que en 1787 promovió el rector Vicente Blasco, una figura recordada en la fuente monumental de Javier Goerlich en la Plaza del Patriarca de València. El Plan prescribía la dotación de una Biblioteca que fue abierta poco tiempo después, aunque el incendio que afectó al edificio en 1812 la destruyó. Pronto llegaron otros libros mediante compras y legados, entre ellos algo más de doscientos códices de la colección de Fernando de Aragón, duque de Calabria, que con la Desamortización liberal abandonaron el monasterio jerónimo de San Miguel de los Reyes, fundado por el duque en 1546.

A los amanuenses y miniaturistas medievales debemos la tarea de mantener la cultura escrita, algo disminuida tras la caída del imperio romano, pero el número de copias de un texto por elevado que pudiera ser siempre fue limitado. En tanto la imprenta multiplicó de inmediato los libros, hizo posible que cientos de lectores poseyeran ejemplares idénticos de una misma obra y propició de manera más eficaz el avance de la alfabetización y de la lectura privada y silenciosa. No obstante, en ocasiones, los lujosos pergaminos miniados han sobrevivido mejor que los primeros impresos. Conocemos más de doscientos manuscritos del Roman de la Rose, poema sobre el amor cortés escrito a comienzos del siglo xiii del que se exhibe una valiosa copia en letra gótica con 177 ilustraciones. Por el contrario, de los setecientos cincuenta ejemplares de la edición príncipe de Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell, impresa en València en 1490, apenas se han conservado tres; este que ahora se expone y los que se encuentran en la British Library y en la Hispanic Society.

La producción de escritos -cartas, libelos, apuntes escolares, glosas, traslados o registros públicos- fue una práctica cultural de la mayor importancia como recuerdan los numerosos manuales de caligrafía que se publicaron en el siglo xvi. Los tipos de fundición y las plumas convivieron por largo tiempo y en los inicios de la imprenta el manuscrito mantuvo intacta su aureola de prestigio sobre todo si el soporte era la costosa y fina vitela y estaba ricamente iluminado. Un objeto suntuario y por tanto de acceso social restringido frente al vulgar y democrático impreso en papel.

No todos los libros que se muestran pertenecían a la Librería del duque de Calabria, pero resulta indudable su importancia. De ella proceden el manuscrito y el incunable más antiguos de la Biblioteca Universitaria: unos comentarios de san Agustín a los Salmos, realizada en Italia a mediados del siglo xii, con miniaturas de estilo bizantino; y una lujosa edición de las epístolas de Cicerón, impresa en Roma en 1467 por Schweynheim y Pannartz, discípulos de Gutenberg e introductores de la letra romana. El ejemplar nos recuerda que la imprenta en sus inicios quiso emular la ornamentación de los códices con capitulares en oro y orlas miniadas con el estilo bianchi girari. Una manera, en suma, de particularizar y aumentar el valor económico de un libro.

El creciente proceso de urbanización de la sociedad europea y la creación de universidades acompañaron el declive de los centros monásticos como únicos productores de escritos. Las tareas de copista e iluminador se fueron secularizando y profesionalizando. En 1442 por encargo de Alfonso el Magnánimo, el catalán Gabriel Altadell viajó a València para transcribir el Psalterium, un devocionario de Francesc Eiximenis, en cuya decoración intervinieron los valencianos Pere Bonora y Lleonard Crespí, destacado iluminador, autor también del códice Descendentia regnum Siciliae. Muy diestro calígrafo, Altadell copió en Nápoles, con elegante letra humanista las obras gramaticales de Guarino Veronese, ejemplo de la voluntad del Magnánimo de ir creando una biblioteca de Estado. Una biblioteca atenta a las nuevas exigencias del humanismo y a autores clásicos como Tito Livio de quien se exhibe un «ornatissimo codice» que afirma por igual el valor material e intelectual del libro. De alto valor documental es el manuscrito Atlas de Historia Natural, fechado entre 1575 y 1625. Perteneció a Felipe II -quizás en un estado distinto al actual- que lo obsequió a su consejero de botánica, Jaime Honorato Pomar, catedrático de Hierbas de la Universidad de València. Antes de 1707 formó parte de la biblioteca del marqués de Dos Aguas, y en 1843 el quinto marqués, Giner de Perellós y Palafox, lo donó a la Biblioteca de la Universidad. El Atlas -también llamado Códice Pomar- reúne algo más de doscientas láminas de flora y fauna, de autoría anónima y procedencia diversa, entre las que sobresalen las copias de los dibujos realizados por el médico Francisco Hernández en su expedición a México entre 1571 y 1577, que se tiene por la primera expedición científica moderna y cuyos originales se han perdido. Entre otras especies, encontramos el armadillo de Indias, un animal que por su rareza sirvió para alegorizar el continente americano en un buen número de grabados.

El esplendor económico e intelectual de la València del siglo xv, la asentada tradición de los molinos de papel de Xàtiva y la presencia de agentes de la Gran Compañía Comercial de Ravensburg como Jakob Vitzland, ayudan a explicar el protagonismo de la ciudad en los inicios de la imprenta en España. El alemán Lambert Palmart, llamado por Vitzland, atendió la primera imprenta abierta en València y en ella se estampó en 1474 el primer incunable español de carácter literario, Obres o Trobes en lahors de la Verge Maria, un certamen poético reunido por Bernat Fenollar. Es el único ejemplar conocido de este impreso que utiliza la tipografía romana, una letra de escasa difusión en la Corona de Aragón. Palmart imprimió también el Comprehensorium, de Johannes Grammaticus, primer incunable español fechado, estampado en València el 23 de febrero de 1475. Este voluminoso diccionario, adquirido a mediados del siglo xix, fue una de las obras que María Moliner, directora de la Biblioteca de la Universidad durante la guerra civil, consideró que debía protegerse de los posibles daños que pudieran causar las bombas.

También alemanes serán Christofol Cofman y Nicolaus Spindeler, otro tipógrafo ambulante que antes de establecerse en Valencia había trabajado en Aragón y Cataluña. Su marca de impresor la vemos en el frontispicio de Tirant lo Blanc (1490), de Joanot Martorell, primera edición de esta obra mayor de la literatura que representó una ruptura con los recursos narrativos de los relatos de caballería. Traducida al castellano en 1511 fue el único libro de caballería que Cervantes salvó del castigo del fuego. «He hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos», afirma Pero Pérez, el cura que examina las más de cien obras que había en la librería de Alonso Quijano. El exceso de lecturas caballerescas llevaron al hidalgo a perder el juicio, a enloquecer. Algo de eso apunta el libro que clausura esta muestra: Stultifera nauis (La nave de los necios), de Sebastian Brant, impresa en París en 1499. Una sátira moral publicada originalmente en lengua alemana (Basilea, 1494) que logró amplia difusión europea al ser traducida al latín. Parte del éxito se debió al centenar de excelentes xilografías que la ilustran, muchas de ellas obra de Alberto Durero. La que aquí vemos -Inutilitas librorum - resulta oportuna ya que satiriza al loco bibliómano -uno de los viajeros necios- que provisto de unos lentes remachados y tocado con un gorro de bufón con campanillas, acumula libros pero no conocimiento.

No se pierda este inteligente e instructivo paseo entre pergaminos y papeles, letras góticas y romanas, capitulares, calderones, tintas, miniaturas y grabados. Si decide hacerlo un martes por la tarde o un viernes durante lamañana conocerá al joven impresor Enrique Fink que maneja con destreza una réplica de la prensa de Gutenberg, propiedad del Senado del Museo de la Imprenta de València, y le obsequiará con una página del Tirant. Además, le explicará con entusiasmo y precisión el decisivo salto que de China a Europa, con el Islam como puente, hicieron tanto el papel como los tipos móviles, al amparo de la eficacia expresiva de los alfabetos indoeuropeos y del ingenio de Gutenberg que creó los tipos con una aleación de plomo, mejoró la calidad de la tinta y adaptó una prensa de vino a ese nuevo uso literario que llegó para quedarse. A uno, ciertamente, le gusta mucho ver libros y aprecia, sobre todo, tocarlos y pasar las páginas, lo que aquí resulta razonablemente imposible, pero si no cultiva usted esas manías también puede acceder a todos estos ricos fondos través de la colección digital Somni de la Universidad de València.

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