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«La bien amada» y el pasodoble «Valencia»

«La bien amada» y el pasodoble «Valencia»

Fueron dos andaluces, José Padilla (Almería, 1889) y José Andrés de Prada (Sevilla, 1895) los creadores (circa 1922-­23) de la que se considera por excelencia la zarzuela de ambientación valenciana, La bien amada (o La Bienamada), siendo Barcelona (el teatro Tívoli, 1924) la ciudad que acogiera su estreno protagonizado entonces por la afamada tiple de Vilamarxant, Cora Raga (María Muñoz Raga, 1893-1980) cuyo nombre artístico se debe al maestro Amadeo Vives, quien la catapultó a lo alto del género zarzuelístico. Por circunstancias del destino, aquella obra nunca se representó escénicamente en València, si bien, hace ya veinte y algunos años, la Orquesta y Cor de València conducida por Manuel Galduf ofreció en el Palau de la Música una versión en concierto con la de Xeraco, María José Martos, como tiple protagonista; el de Manises, Paco Valls, como barítono, y Vicente Antequera para la partitura de tenor, quien ejecutó también el fox-trot del cómico apodado «Paelleta» en la obra.

Su puesta en escena, hoy, a pocos años de su centenario, supondría el ejercicio de recuperación de una obra que habla de nosotros, de nuestras costumbres y hábitos, escrita en el Cabanyal y que incluye músicas que el público podrá inmediatamente reconocer, si bien por razones distintas al hecho de pertenecer a esta pieza de zarzuela. No en vano, el antecedente del famoso pasodoble Valencia o compases de nuestras sintonías más conocidas de tilde folklórico y festivo forman parte de las piezas musicales de La Bienamada lo que, de seguro, sorprenderá y agradará a muchos.

De corte eminentemente costumbrista, cuyo libreto pudimos localizar en 2006 a través de la SGAE como parte del archivo de material mecanografiado para transpunte conservado en el propio Tívoli barcelonés, la acción se desarrolla en la playa de Valencia y el Cabanyal, donde el propio maestro Padilla vivió un tiempo, de ahí que recrease, en parte, su vida cotidiana.

Su estructura y libreto responden a los clásicos de una zarzuela: ese habitual triángulo amoroso en tono de comedia en la que un barítono (hombre de posición) y un tenor («Romeo» enamorado) se disputan el beneplácito de la tiple (mujer cuya belleza y condición gozan de fama) triunfando al fin, como no puede ser de otra manera, el amor romántico en presencia y todo con el aplauso, algarabía y satisfacción colectiva de los paisanos constituidos en coro que asisten a la decisión postrera de la protagonista, boda incluida, culminando con un canto a Valencia de preciosa factura musical. Principal atención merece la partitura del primer cuadro, donde se contiene la música original del famosísimo pasodoble Valencia, ahora bien, a modo de pieza coral y con su letra originaria que no alude a València si no, más bien, refiere un diálogo de cortejo lugareño entre las mozas y mozos del coro.

Tras su estreno en el Tívoli de Barcelona, contabilizándose unas cuarenta representaciones, fue el propio Padilla quien adaptó esa música mas con distinta letra, también escrita por José Andrés de Prada, y lo hizo a requerimiento de la vedette aragonesa Mercedes («Merceditas») Serós, entonces rival encarnizada de Raquel Meyer, quien se prodigaba en los escenarios parisinos de cabaret, aunque no en los de primera fila, naciendo así el pasodoble Valencia.

Fue el por entoces empresario del Moulin Rouge, al escuchar el Valencia interpretado por Serós, quien pidió a Padilla la partitura para ser interpretada por la famosa Mistinguett (en 1925), la más diva de su afamado show cabaretero. El fabuloso éxito que obtuvo el Valencia trascendió inmediatamente y aprovechando que la letra de su primera estrofa en francés habla de València como «la tierra de las naranjas», nuestros atentos y dinámicos comerciantes se apresuraron a llenar de puestos de naranjas la avenida de los Campos Elíseos, en lo que fue una de las primeras campañas de marketing de nuestros emprendedores de mayor tradición exportadora.

El Valencia supuso tal hit que vinieron a editarse en la época más de dos millones de discos de pizarra distribuidos por Europa, convirtiendo a Padilla en millonario, fortuna que más tarde incrementó con otros éxitos para Mistinguett como el Ca c´est Paris, versionada luego por Maurice Chevalier, de ritmo y cadencia similarísimos al Valencia. Padilla, pues, había encontrado un filón en el ritmo que sostiene ese pasodoble, convirtiéndose más tarde en compositor de partituras muy comerciales y rentables de tal forma que pudo cumplir su sueño de adquirir una villa junto a la de su admirado Giacomo Puccini en Torre di Lago, junto al mar Tirreno.

Desde París, el Valencia salta a ultramar de la mano de Carlos Gardel, amigo de Padilla, aunque con cambio de letra otra vez: el rey del tango prefirió comenzar sin citar València y sí exclamando «¡¡Gitana?!!», aunque luego identifica tan racial mujer con nuestra latitud en un ejercicio un tanto forzado. En los EE UU el éxito de Valencia fue también muy significativo, convirtiéndose en pieza obligada en los bailes y salas de fiesta hasta el punto de que en la potente ciudad de Baltimore, se le da el nombre de Valencia a la famosa terraza del Century, su principal teatro, derruido hacia 1958.

Fue Irving Thalberg (1899-1936), el famoso y galardonado productor cinematográfico apodado The Golden Boy, máximo ejecutivo de Universal Pictures y, más tarde, de la Metro Goldwyn Mayer de aquel Hollywood de las primeras décadas del star system, quien en 1925 impulsó un metraje bajo el título Valencia siguiendo la estela de popularidad de la partitura de Padilla con estrambótico guión de Alice E.G. Miller. Valencia, esta vez, da el nombre de su protagonista, una joven atractiva de pueblo, interpretada por la actriz Mae Murray, de quien un excéntrico «Gobernador de Barcelona» cerrilmente se enamora. Mas la doncella quiere a Felipe, un marino raso de la Armada española que se la disputa y, al final, acaba triunfante.

Poco resonante fue el estreno de esta cinta (dirigida por Dimitri Buchowetzki), en el mítico Teatro Capitol de Nueva York de excelente acústica. Tildada por las crónicas de la época de «eterna españolada», la cinta está llena de despropósitos. Barcelona, por ejemplo, se ambienta como un zoco norteafricano, visión perdonable de guionista y manía ignata de un Hollywood que pinta el mundo como lo supone. No obstante, la obra no contiene mala fe para con España, quizá sea este su mal menor. Todos los personajes son simpáticos y hasta majetones, incluso el gobernador catalán D. Fernando, cuya sola y venial falta es que le gusten mucho las mujeres de rompe y rasga. La película no pudo ser exhibida en España pues la censura del Gobierno de general Primo de Rivera consideró intolerable el hecho de que el mandatario barcelonés apareciera en el filme ataviado con sombrero cordobés, según el corresponsal de ABC en Nueva York entonces.

Sea como fuere, el pasodoble Valencia se constituye en una de las partituras que, a modo de himno apócrifo, sirvió para situarnos en el mapa. Un gran éxito versionado por los grandes (Bing Crosby, Eddy Wally...) y por otros menos grandes. Por horteras europeos de pantalón acampanado o por orquestas de guateques y bailatas, ya sea en inglés, alemán, francés, holandés... acompañando a la paella como elemento identitario y patrio. Pero se da la circunstancia de que en la cadena de éxito del pasodoble dedicado a València no ha intervenido valenciano alguno, siendo la partitura de un almeriense (Padilla), la letra de un sevillano (De Prada), el encargo y su estreno tiene lugar en París de la mano de una aragonesa (Mercedes Serós), lo convierte en éxito una francesa (Mistinguett), lo lleva a ultramar un argentino (Gardel) y regresa como éxito musical de la mano de un madrileño (Juan de Orduña) que lo incluye como escena culmen de su célebre película El último cuplé protagonizada por una manchega (Sara Montiel) quien pone alma y vida a un Valencia arrevistado y alegórico ataviada con traje regional de dudosa factura y cuerpo de baile evolucionando con idéntico vestuario, bajando esas típicas escaleras de tramoya que no llevan a ninguna parte mientras una barca de vela latina aparece por el foro.

Pero la zarzuela La Bien Amada, cuya música se impregna de constantes referencias a nuestro folklore -incluyendo albaes, jotas, rondallas, y hasta un fox-trot de moda- cayó en el olvido eclipsada por el colosal éxito del pasodoble y no se tienen noticias de que aquí se estrenara nunca. No estaría de más, tópicos y anécdotas aparte, retomar su originaria versión como ejercicio de recuperación patrimonial, estrenándola escénicamente con casi cien años de retraso.

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