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Françoise Vanneraud, filosofía de la geografía

«Campo de ocurencias», 2018. Latón, impresión inkjet, dibujos sobre papel 65x32x10 cm. A la derecha, «Fragmentos», 2018. Instalación in situ, impresión inkjet, dibujo, piedras, latón 300x210x90 cm.

Comisariada por David Barro (Ferrol, 1974) la exposición El rumor de la altitud actualmente en la galería Ana Serratosa, otorga el protagonismo a la artista francesa Françoise Vanneraud (Nantes, 1984) mostrando una serie de obras de nueva producción a título individual. Expuesta con una distribución exquisita, el recorrido propuesto parece una suerte de ejercicio de filosofía de la geografía, subcampo de la filosofía que se ocupa de los problemas epistemológicos, metafísicos y ontológicos de la geografía.

La producción artística de Vanneraud se centra en el análisis de aspectos aparentemente irrelevantes que definen la vida cotidiana trascendiendo ciertos límites espaciales del entorno natural. A partir de diferentes aplicaciones del dibujo (animación, mural, instalación), otorga a lo secundario una solemnidad de tintes tragicómicos que nos lleva a repensar los propios miedos, nuestra relación con la naturaleza o la incansable búsqueda interior.

Sus dibujos, ya sean sobre papel o a partir de estructuras que suscitan formas en el espacio de la sala, tienen una carga primitiva, hierática, con un imaginario simbolista que perfila historias protagonizadas por personajes solitarios a la espera de algo que nunca llega a suceder. Podríamos decir que sus obras expuestas plasman acciones contenidas, acontecimientos en suspensión, delicados a la par que rotundos. Volcándose en cuestiones de espacio, lugar y medio ambiente en sentido amplio, coqueteando con el alcance del campo de la ética ambiental al incluir entornos urbanos mezclados con parajes montañosos y paisajes sublimes.

Tras el trabajo de la artista hallamos un estudio de la historia del pensamiento geográfico y una sensibilidad especial. Como espectadores nos vemos inmersos en un viaje fronterizo. La experiencia de la recepción de los conceptos que ella maneja es diversa, casi podría decirse que cada espectador la percibirá de una manera, ya que el conjunto de las piezas a modo de acontecimiento desborda siempre los límites del esquema comprensivo preexistente. El paisaje físico y accidentado se convierte en un itinerario posible que no imaginábamos porque Vanneraud nos invita a «transformar lo aprehendido en una deriva donde el tiempo se ausenta», según el comisario.

La exposición provoca tensiones en un principio imperceptibles, respondiendo a una voluntad muy contemporánea de quebrar los discursos hasta ahora más manidos. Volvemos a observar el paisaje con lentitud, identificando dificultosamente aquello que lo torna paisaje: las montañas, el agua, las piedras, todo medido en una escala humana. La artista inicia así un proceso de reflexión sobre cómo se inscribe en el paisaje la memoria y su contrario, el olvido. Técnicamente deriva hacia la abstracción, lo cual es novedad en una joven creadora cuyo sello identitario se hace patente pues ostenta un estilo reconocible aunque se atreva a innovar y a experimentar.

Los resultados son sumamente interesantes, pues hasta cierto punto Vanneraud logra borrar las fronteras que algunos trazan entre cartografía y arte. Su comisario explica a qué se debe la experiencia de tridimensionalidad o profundidad que genera la visualización de las obras haciendo alusión al «límite donde tiembla lo posible». Esto es porque en su trabajo el conocimiento de lo histórico, lo estadístico y lo afectivo por cotidiano se construye al mismo tiempo activamente. Puesto que la noción de cultura en sí no es algo dado, si no conformado, y tiene un dimensión aleatoria que la artista capta.

Los elementos de la composición plástica han sido recursos para la representación de planos y profundidades en la pintura, dibujo e instalación de una artista cuya relevancia internacional va en aumento y que tenemos la suerte de poder conocer a fondo a través de sus nuevas obras expuestas en la galería. La idea plástica del espacio, el trabajo de delimitación sensible de la imagen, resulta así emancipada de una representación convencional, provocando en el espectador un cambio de perspectiva, planteándole más dudas que respuestas. Todo ello hacia una búsqueda o reflexión de lo que significa el espacio creado y el papel de la imaginación.

Vanneraud propone en esta exposición juegos dimensionales que nos hablan de la realidad física en su estado más puro y salvaje, y cómo ésta se conjuga con la experiencia de la memoria transformándola en escenario de vivencias. Efectivamente, en sus obras existe un proceso de interiorización pero no es producto de un ensimismamiento si no todo lo contrario, están creadas para comunicar.

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