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Ursula K. Le Guin: Soy un hombre»

Ursula K. Le Guin en su despacho, en 1981. sun-times file

«Mark Twain y yo crecimos en una sociedad con un ideal de género binario.» «Los perros ignoran su propio aspecto. Ni siquiera saben qué tamaño tienen.» «Las ballenas jorobadas cantan.» «Un cónyuge amable no tiene precio.» «Los dragones existen.» Si ustedes tienen curiosidad por todas estas cosas y otras muchas similares, y cómo no iban a tenerla me pregunto; o si la tienen por el determinismo genético, los talleres literarios o el coleccionismo, que no digo que les quite el sueño pero en lo que seguro han pensado en alguna ocasión; en fin, si se han preguntado alguna vez sobre el papel que juega la imaginación y la fantasía en nuestra vida, sobre lo que es el estilo literario y por qué debemos seguir leyendo novelas a pesar de su manifiesta inutilidad, ¿y quién no se lo ha preguntado, insisto?, entonces no lo dude más: Ursula K. Le Guin. Ella tiene las respuestas.

Un escritor es un hombre que escribe y una escritora es una mujer que escribe. No se me ocurre mejor definición. Pero ni el hombre ni la mujer son única y exclusivamente escritores, como comprobamos cuando tenemos ocasión de conocer a alguno o a alguna. La mujer y la escritora son dos personas distintas, también el hombre y el escritor por supuesto, aunque puedan suplantarse en ocasiones. Por eso podemos admirar al escritor y el hombre puede decepcionarnos, caso éste más frecuente que el contrario, y por eso es mejor no conocer a los escritores que admiramos. Háganme caso. Cuantas menos decepciones nos llevemos en la vida, mejor. Afortunadamente la mayoría están muertos y no corremos ningún riesgo de encontrárnoslos. Con sus libros nos basta. Sin embargo, tengo la impresión de que con las mujeres escritoras no pasa esto. Una escritora fascinante suele ser casi siempre una mujer fascinante. Este era al parecer el caso de Ursula K. Le Guin, y era y es el caso de muchísimas otras escritoras (la lista cada día es más larga, permítanme que la omita).

Ursula K. Le Guin (Berkeley, California, 1929 - Portland, Oregón, 2018), gran maestra de la ciencia ficción, a la que ha contribuido a conferir dignidad, es autora también de algunos originales ensayos, charlas, artículos, prólogos, sobre la escritura, la lectura y la imaginación; pero también sobre sus lecturas, sus opiniones, sus gustos, sus manías, en definitiva, su vida, su vida de escritora y su vida de mujer narrada con un estilo fluido, casi coloquial, claro, un estilo que bien podría pasar por ausencia de estilo si no supiéramos los esfuerzos que cuesta la claridad, la sencillez, si no supiéramos lo difícil que es hacer las cosas fáciles y lo fácil que es complicarlas.

Contar es escuchar (el título original es The wave in the mind, literalmente: Una ola en la cabeza) comienza con una insólita declaración en una mujer que era hacía tiempo una celebridad. Pero no porque fuera una celebridad, sino porque era una mujer: Soy un hombre. Y es un hombre, explica, porque en su época no había mujeres, porque las mujeres son un invento reciente y cuando ella nació sólo había hombres, un único y universal género: el masculino. Y dentro de ese género, un ideal: un hombre blanco, joven, delgado, seductor, arrollador, rico, elegante? no, ella no era así, no hacía falta que se mirase en el espejo. Ni yo tampoco, lo confieso. Ella era un hombre, pero sin esos atributos masculinos tan codiciados. No era joven ni delgada, de acuerdo, pero en cuanto a lo de seductora y elegante me voy a permitir disentir.

En Contar es escuchar Ursula K. Le Guin nos habla de sus experiencias lectoras. De cómo aprendió a leer y cómo aprendió a escribir. Nos habla de sus ideas, de cómo adquirió sus convicciones profundas, irrenunciables. Nos cuenta que de joven lloraba con los libros. Se compadecía de los personajes o de sus autores. «Eran buenos años para el llanto», nos dice, y las lágrimas son un aprendizaje. Nunca han faltado motivos para llorar. Pero claro, no podemos pasarnos la vida llorando. El libro está dividido en varias secciones. Y concediendo que no es lo mismo hablar de los pies que de los talleres literarios, de la bella durmiente que de Borges (aunque personalmente pienso que no son cosas tan diferentes), es un libro en el que a esa pluralidad, o fragmentación si lo prefieren, de intereses, de experiencias, de recuerdos, subyace una evidente y decidida voluntad de estilo. Para la autora el estilo lo es casi todo. El ritmo, la cadencia, la puntación, la acentuación, todo aquello, los recursos son infinitos, que hace que un relato fluya, nos arrastre, nos empape, o por el contrario se nos atragante. Y mientras está hablando de puntuación, puntúa enfáticamente sus frases. Dicho de otro modo: Le Guin predica con el ejemplo.

Ursula Le Guin fue también una activa feminista. Una demoledora feminista, pues comprendió muy pronto que el humor, usado con inteligencia, es una arma eficacísima, y nada más fácil que ridiculizar la ridícula prepotencia masculina (conocida también por otros nombres). Así que, siempre que tuvo ocasión, intervino en público, recitando, por ejemplo, algún poema, porque era, nos dice, «demasiado vieja y demasiado cobarde para quitarse la ropa y bañarse en chocolate.» Si quieren hacerse una idea de esas lecturas no tienen más que leer el impagable capítulo titulado: «Vacas a viva voz», y traten de imaginar a «una mujer mayor mugiendo bien alto en público».

Siempre preocupada por el espacio y el tiempo de la narración, por la interpretación oral y la repetición, por la búsqueda de un personaje y de una historia que contar, no por ello dejó de pensar menos en la libertad, en la opresión, en la esperanza y la justicia. «Yo creo de manera categórica que toda persona que se considere racial o socialmente superior a otra o le confiera una condición de inferioridad está equivocada.» «Está equivocada», dice, reparen en la sutileza.

Llega una edad en que ya no comulgamos con ruedas de molino. Es prácticamente lo único bueno que tiene hacerse viejo. Se nos caen la mayoría de los ídolos que habían guiado nuestra vida y empezamos a dudar hasta de la duda. Seguimos admirando las grandes obras, cómo no, pero hemos dejado de concederles el crédito ilimitado que les concedíamos. Impecables, sí, sin duda, pero ¿sabían los autores de lo que hablaban? Y entonces empezamos a disentir. No, la vida no es como las novelas nos dicen que es. Sin duda las novelas se nutren de la vida. Pero dejar que la vida se nutra de las novelas sólo está bien hasta una determinada edad. Digamos los cuarenta. A partir de ese momento nos corresponde a nosotros escribir nuestra vida. Lo que no quiere decir que debamos abandonar las novelas, sino todo lo contrario, leerlas, y cuantas más mejor, pero como lo que son, novelas, no guías espirituales, aunque hayan alimentado, y lo sigan haciendo, nuestro espíritu. Ursula K. Le Guin nos enseña en este libro muchas cosas sobre la literatura y la vida. Sobre el papel que juega la literatura en la vida, y el papel que juega la vida en la literatura. Sobre la ficción y la fantasía. Sobre la realidad y la memoria. Sobre envejecer. «Envejecer puede valer la pena si nos da tiempo a forjar un alma», nos dice. A ella, basta con ver su hermoso y arrugado rostro de sus últimos años, basta con leer sus libros,

le dio tiempo.

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