Asistimos a una revolución del sistema comunicativo que protagoniza Internet. Frente al sistema tradicional reservado a los profesionales del periodismo, cualquier persona que disponga de una mínima tecnología puede convertirse en emisor y distribuir su producto de forma instantánea y global. Partiendo, como hace Habermas, de que el verdadero motor del cambio social es la comunicación, cabe alegrarse, porque el intercambio de conocimientos siempre ha sido un motor de progreso.

En este sentido se observa que en la mayoría de normas legales que regulan el nuevo espacio mediático reformulado por Internet, los diversos poderes legislativos —estatales y comunitarios— sitúan en primer lugar la defensa del mercado. Véase, por ejemplo, nuestra Ley General de Comunicación Audiovisual, que define Internet como «servicio esencial de interés económico general»; o la directiva europea sobre aspectos jurídicos de los servicios de la sociedad de la información, en la que se proclama que el desarrollo del comercio electrónico «ofrece importantes oportunidades» para el empleo, sobre todo de las pequeñas y medianas empresas, y para mejorar la innovación y la competitividad de la industria europea. Esta prioridad de la búsqueda de mejores resultados económicos hace que queden en segundo plano los aspectos relacionados con los derechos fundamentales, y en definitiva sobre sus consecuencias éticas.

Son ejemplos que manifiestan implícitamente un síntoma. Como afirma Partti Näränen, el desarrollo acelerado de la Red y de las tecnologías que la posibilitan supera el ritmo, necesariamente lento, de la política y de las iniciativas legislativas, que intentan como pueden adaptarse al desfase. Más acusado es, si cabe, el desfase entre el avance de las tecnologías de la información y las reflexiones éticas que aseguren su correcta utilización.

Un ejemplo del modo de actuar donde prima el interés crematístico lo ofreció Google en China, pues durante cuatro años aceptó la censura gubernamental para poder trabajar allí. El interés económico primó sobre la defensa de la democracia y de los derechos fundamentales. Finalmente, ante la presión de la opinión pública mundial, Google anunció en enero de este año que dejaría de filtrar sus búsquedas, quedando los usuarios a expensas de los bloqueos del gobierno de Pekín a determinadas webs.

Los medios tradicionales han incorporado en sus webs herramientas de participación de los lectores. En este campo ha resultado reveladora una investigación realizada el año pasado para el Consell de la Informació de Catalunya, sobre los comentarios de los lectores a las noticias en siete diarios digitales catalanes. Los comentarios constituyen, en la mayoría de los medios analizados, la forma de participación más popular, pero también un modo de fidelización del cliente. Igualmente se ve clara la dificultad que comporta su control, pues dado el tono y los contenidos, los medios digitales publican comentarios de los lectores que, sin duda, no publicarían en sus ediciones de papel.

La web 2.0 permite la irrupción de las audiencias activas en los medios de comunicación digitales. Pero pronto las empresas han entendido que las nuevas tecnologías son una magnífica oportunidad para fidelizar a los consumidores y conseguir nuevos clientes. En definitiva, la empresa crea la comunidad para ser más empresa.

Así pues, a pesar de que la web 2.0 ha propiciado el diálogo —base de todo consenso social— también ha acentuado la despersonalización (es fácil refugiarse en el anonimato) y en ocasiones supone una amenaza contra el derecho a la intimidad.