Lo que no sé es cómo no se nos había ocurrido antes. Tanto darle vueltas al futuro del periodismo cuando ya Ariana había cuadrado el círculo.

¿El problema? Existen unas magníficas herramientas tecnológicas que se quedan en elemental carcasa si no se les suministra contenido. Las herramientas son baratas, pero los contenidos son carísimos. Aun así no habría problema si los lectores estuvieran dispuestos a pagar y las marcas a anunciarse aun a sabiendas de que el consumidor de la información on line tiende a rechazar la publicidad que considera invasiva.

Y ahí es donde llega Ariana. Hace eso que está al alcance de cualquiera: crea un periódico digital, que titula con su propio apellido. Ya tiene la herramienta. ¿El contenido? Refrita —eso sí, con inteligencia e intención— lo mejor de lo que ofrecen en sus webs los denostados diarios de papel y convoca a miles de blogueros desperdigados por el ciberespacio para que comenten las noticias. Les proporciona una plataforma que intensifica su audiencia, y hasta los dota de una misión común, la de propagar los valores que caracterizan a los demócratas norteamericanos para contener el discurso republicano. Lo que no hace es pagarles, lo cual en principio no tendría mucha importancia, pues su vocación de blogueros incluía la voluntad de intervenir voluntariosamente, sin intención de beneficio. Éxito total, fenómeno de referencia, solución de futuro... Los amigos de la prospectiva creen haber encontrado la fórmula mágica

Y en éstas, un tiburón tecnológico, AOL, huele el negocio: pocas veces se ha visto un instrumento tan poderoso con tan escasos gastos de producción. Ariana se embolsa 230 millones de dólares por su invento y sigue a sueldo en la dirección de la empresa, pues ella es la guardiana del «secreto» que la hace tan rentable.

Claro que siempre hay un aguafiestas, en este caso uno de los blogueros gratis total, Jonhatan Tasini, quien pide su parte y, en nombre de todos, las de los demás, gesto que parece haber enfurecido a Ariana, que en el propio diario ha mostrado su desdén hacia ese émulo de Espartaco y ha querido neutralizar las incipientes protestas del resto de autores de blogs: «¡Escribid, escribid, malditos!» podría haber titulado su artículo.

El mito del Huffington Post ha durado el tiempo justo para que Ariana se haga multimillonaria a costa de una animosa ristra de remeros que han sido tratados con el látigo de su indiferencia a la hora del reparto de los beneficios que ellos mismos han generado como parte del valor añadido de ese diario digital.

Tal vez asistía la razón a quienes vieron desde el principio el modelo del Huffington Post como el paradigma del futuro periodismo, sea esto lo que sea. Aun así todavía habrá que resolver algunas incógnitas: ¿cómo podría el diario de Ariana «agregar» noticias si desaparecieran los periódicos que las obtienen y las elaboran? Y si no hay «generadores», sino sólo «agregadores», ¿sobre qué asuntos van a discurrir los blogueros? Entre copistas y comentaristas de la copia a los que sólo se les remunera con notoriedad, el periodismo puede acabar resultando aquello que ya sintetizaba Umbral con una de sus boutades: «Soy periodista, pero puedo presumir de no haber dado jamás una noticia».