En el mes de abril de 2005 Rupert Murdoch comparecía ante la Sociedad Americana de Editores de Periódicos (ASNE) y pronunciaba un discurso en el que anunciaba dos líneas de actuación que estaban destinadas a marcar el devenir de su grupo en los siguientes años.

Por un lado, manifestaba su intención de apostar de lleno por el mundo digital en un momento en el que el grupo que lidera se estaba quedando atrás en la frenética carrera para sumarse a la revolución de Internet en la que se encontraban inmersos los medios de comunicación convencionales. Por otro lado, utilizando la frase que abre este texto, alertaba sobre la creciente tendencia que, según él, hacía que cada vez más periodistas pensaran que los lectores son estúpidos, lo que de no corregirse auguraba un futuro oscuro a la prensa y contribuiría a la pérdida de confianza de la sociedad.

Es decir, el doble reto que Murdoch se planteaba, y planteaba a los editores presentes, consistía en la necesidad de adaptación a las nuevas tecnologías, y en la rectificación de la tendencia que conducía a pensar que sus lectores eran cada vez menos inteligentes. Según el magnate australiano, la solución debía provenir de una estrategia correcta en el mundo online que permitiría el reencuentro y el diálogo con los lectores, y que por tanto serviría como revulsivo para mejorar y revitalizar tanto las ediciones digitales como los medios impresos.

En estos momentos, con el escándalo de News of the World y la reventa de la red social Myspace, estamos asistiendo probablemente al fin del ciclo que el imperio mediático abría de forma explícita en 2005, y es evidente que el balance no puede considerarse positivo, ya que en ninguno de los dos exámenes que Murdoch se autoproponía ha conseguido un aprobado.

La relación del magnate australiano con el mundo digital ha oscilado estos años entre un bien gestionado complejo por no ser un «nativo» y una firme voluntad de llevar por bandera, también en este nuevo campo, la heterodoxia, el riesgo y la vocación de pionero que ha caracterizado su trayectoria empresarial. Murdoch se ha atrevido a desafiar el poder de Google, ha implantado un modelo de pago en sus medios digitales, que ya no se pueden leer sin pasar por caja, y ha puesto en marcha The Daily, un medio diseñado para el Ipad que busca un modelo de negocio propio.

Aunque muchos piensan que ninguna de sus iniciativas digitales ha resultado especialmente exitosa, el fracaso de Myspace, que se ha sumado a otros fiascos en sus adquisiciones de empresas del sector, es sin duda el más simbólico ya que esta plataforma fue adquirida por el grupo de comunicación en 2005 por 400 millones de euros, cuando era la red social de moda en los Estados Unidos y su crecimiento parecía imparable, y tras una errática gestión se encuentra en caída libre tanto de ingresos como de usuarios y acaba de ser revendida por menos de 25 millones.

Respecto al otro reto, el respeto por los lectores, es posible que los subordinados de Murdoch no hayan sabido interpretar las señales que provenían de los usuarios de Internet y pensaran que el ruido generado en un entorno de participación abierta era una señal de barra libre que ratificaba, abandonando cualquier tipo de restricción ética o profesional, la posibilidad de vender algunos de sus periódicos aumentando la dosis de carroña inoculada a sus compradores y al conjunto de la sociedad.

No obstante, los más benevolentes podrán mirar la trayectoria de estos últimos años y hacer suya la cita de Mark Twain con la que el propio Murdoch abría su conferencia de 2005: «Pero recordamos caritativamente, que sus intenciones eran buenas».