Kirk Douglas (Nueva York, 1916), que mañana cumple 100 años, ha sido una fuerza de la naturaleza, un actor de energía desbordada y un físico espectacular. De hecho, la primera imagen que evoca oír su nombre es la del esclavo sobrehumano Espartaco. Fue «el hombre duro», que, curiosamente, se midió más veces en el cine con parejas masculinas que con femeninas.

Su implicación con los atormentados e impulsivos personajes a los que dio vida le labraron a Douglas su fama de «duro»; es histórico su enfrentamiento (casi siempre, muerto de celos) con Burt Lancaster, con quien rodó siete cintas, las más memorables Siete días de mayo (1964) y Duelo de titanes (1957). Entre la primera, Al volver a la vida (1948), y la última, Otra ciudad, otra ley (1986) que rodaron juntos, ambos ensayaron una amistad, que contribuyó a reforzar el mito.

A partir de Duelo de titanes, un western en el que Lancaster era Wyatt Earp y Douglas Doc Holliday, el mujeriego, viril y arrogante Issur Danielovitch Demsky (Douglas eligió este apellido artístico por su adorado Douglas Fairbanks), el actor comenzó a coleccionar «duelos» cinematográficos masculinos que ya han quedado para la historia.

El siguiente fue con Anthony Quinn en El loco del pelo rojo; con Tony Curtis se midió en Los vikingos (1958) y en 1959 hizo El discípulo del diablo, donde volvía a coincidir con Lancaster, aunque la escena más recordada es precisamente el juicio en el que Douglas se enfrenta, en un diálogo lleno de cinismo, a sir Laurence Olivier.

Al año siguiente, se emparejó con Kim Novak en Un extraño en mi vida. En 1960, se convirtió en productor, actor y casi en director de Espartaco, una película que comenzó a rodar Anthony Mann, pero que pasó a manos de Stanley Kubrick, ante las presiones del «jefe». La película era, aparentemente, un filme histórico, pero su mensaje progresista, que enfatizaba la sublevación del gladiador contra la Roma del año 73 a.C., hizo que Hollywood le mirase de otra manera. De hecho, Douglas basó la cinta en una novela de un escritor comunista cuya adaptación corrió a cargo de Dalton Trumbo, una de las principales víctimas de la caza de brujas.

Y siguió Los valientes andan solos (1962). El duelo era prácticamente consigo mismo, aunque tiene escenas memorables con el sheriff Walter Matthaw y con su amigo encarcelado Michael Kane.

Con John Wayne rodó Primera victoria (1965); la bélica La sombra de un gigante (1966), donde también coincidió con Frank Sinatra, y Ataque al carro blindado (1967).

En ¿Arde París? (1967), la histórica cinta sobre la ocupación alemana de la capital francesa en 1944 sobre la novela de Larry Collins y Dominique Lapierre, que fue adaptada por los guionistas Francis Ford Coppola y Gore Vidal, Douglas mantiene el tipo frente a Orson Welles, Jean Paul Belmondo y Charles Boyer.

Ese mismo año rodó con Robert Mitchum y Richard Widmark Camino de Oregón, y, en 1970, El día de los tramposos, el único western dirigido por Joseph L. Mankiewicz, con Douglas midiéndose a Henry Fonda.

Después fueron Yul Brynner, La luz del fin del mundo (1971); Johnny Cash, en El gran duelo (1971); Giuliano Gemma, en Un hombre a respetar (1972); John Cassavetes, en La furia (1978) y rozando los 80, Arnold Schwarzenegger, en Cactus Jack.