Lo de «Por trece razones» ha sido como estas películas que triunfan en taquilla sin que nadie se lo espere. Ejemplo de ello fue Crepúsculo, la primera película de la saga de vampiros. Una directora más asociada a festivales de cine independientes y una estética alejada de Hollywood hizo que ni los críticos ni la propia industria se fijaran en una historia que estaba predestinada a acabar en las carpetas de millones de adolescentes.

A «Por trece razones» le ha ocurrido lo mismo, pero no por el gancho del amor romántico e imposible entre una mortal y un vampiro, sino por tratar una problemática que está en los colegios y los institutos de todo el mundo. De hecho, ni siquiera Netflix hizo mucho ruido para promocionar esta serie -acuérdense de la felicitación de Navidad de Pablo Escobar junto al cartel del Tío Pepe en la capital española-. Tal vez no lo hizo por el riesgo que supone producir una serie como esta, que relata de manera realista problemas y lacras sociales como el ciberacoso, la violación o el suicidio. Pues si algo se sabe desde el principio de la producción es que Hannah Baker se quita la vida, y tras su marcha deja 13 cintas de video donde explica el porqué de su decisión.

El espectador hace, junto a Hannah, un recorrido por los motivos que han llevado a la adolescente a rendirse. Basada en el libro de Jay Asher, «Por trece razones» relata los microcosmos de los adolescentes de manera minuciosa. Es por ello, que el adulto más experimentado puede ponerse en la piel de estos jóvenes con tal de entender un fenómeno que más allá del simple acoso escolar.

De hecho, estos días se ha dado a conocer el juego de «La ballena azul», un reto que se ha vuelto viral entre jóvenes y que acaba provocando la muerte. Ya hay más de una víctima.

Con un final claro

Dylan Minnette, Katherine Langford o Kate Walsh conforman el elenco actoral de esta producción creada por Brian Yorkey. Selena Gomez es una de las productoras de esta serie, que cuenta con un capítulo por cada uno de los motivos que llevaron a Hannah al suicidio. Lo cierto es que la producción podría haberse quedado en siete o en ocho capítulos, ya que el espectador espera demasiado para conocer algunos de los «culpables» del suceso. Sin embargo, muchos espectadores no abandonan la tensión y el desasosiego en toda la temporada. Lo más curioso de todo esto es que el final - el suicidio de la protagonista- está claro. Pese a ello, los seguidores de la serie lloran a moco tendido en el último episodio.

¿Es necesaria una segunda temporada? No lo creo. ¿Y es oportuna la crudeza con la que se narran algunos sucesos? En mi opinión, sí. Si hace falta que los adolescentes vean las consecuencias reales del bullying y el ciberacoso en la pantalla para responder activamente sobre él, que así sea.