Vistas las escasas posibilidades de lograr un buen resultado que tiene el representante español, Manel Navarro -eso aseguran la prensa especializada, los eurofans y las casas de apuestas-, podría pensarse que la final del Festival de Eurovisión, que se celebra mañana en Kiev, se queda sin alicientes. Nada más lejos de la realidad. Queda por ver quién ganará y hasta qué punto contará la geopolítica, una influencia que se remonta a prácticamente los orígenes del festival, hace más de 60 años, cuando fue concebido -paradójicamente- para unir a los europeos.

La exclusión de la representante rusa, Yulia Samoylova, ha vuelto a poner en el foco el conflicto bélico entre Ucrania, donde se celebra el certamen, y Rusia. Samoylova, postrada en una silla de ruedas desde niña por una enfermedad hereditaria, había actuado en Crimea, la península ucraniana ocupada por Rusia en 2014, lo que le costó la prohibición de viajar a Ucrania por parte de las autoridades de Kiev. Aunque se propuso participar vía videoconferencia, tanto Rusia como Ucrania rechazaron dicha opción, y el mes pasado se anunció que el país gobernado por Vladimin Putin no tendría representante en el concurso.

Es la primera vez que un país anfitrión impide la participación de otro. Se acusó a las autoridades ucranianas de politizar el certamen. El pasado año la representante de Ucrania, Jamala, ganó con la canción «1944», que denunciaba veladamente -las referencias políticas están prohibidas en las letras- el expansionismo ruso. «Cuando los extraños vienen llegan a tu casa, os matan a todos y dicen no somos culpables», rezaba la canción.

Gran parte de las tensiones y vetos han tenido que ver con los países del Este. En 2009, Stephane & 3G, representantes de Georgia, presentaron la canción «We don't wanna put in», que se refería a la entrada de tanques rusos en Osetia del Sur, república que declaró unilateralmente su independencia de Georgia en 1991. No hace falta ser un lince para darse cuenta de a qué mandatario ruso aludía la canción con las dos últimas palabras del título. En Eurovisión se dieron cuenta y la canción fue retirada antes de la competición, que para más inri tenía lugar en Moscú.

Azerbaiyán y Armenia, tradicionales enemigos, también han dado bastante juego. El año pasado la cantante armenia Iveta Mukuchyan se jugó la expulsión al mostrar la bandera de Nagorno Karabaj, conflictivo enclave de Azerbaiyán controlado por un gobierno separatista apoyado por Armenia.En 2012 la final se celebraba en Bakú y las autoridades de Azerbaiyán levantaron el veto que habían impuesto a los armenios, que hasta entonces tenían prohibida la entrada en el país. Pese a ello, Armenia boicoteó el certamen. El presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, declaró entonces: «Nuestros principales enemigos son los armenios del mundo».

Armenia volvió a estar en el ojo del huracán cuando en 2010 su representante, Eva Rivas (nombre artístico de Valeriya Asaturyan), cantó «Apricot stone», una canción sobre el genocidio armenio, un hecho que Azerbaiyán y Turquía, heredera del Imperio Otomano, niegan tajantemente. El país dirigido con mano de hierro por Erdogan no participa desde 2012 por discrepancias con el sistema de voto, aunque hay quien cree que su ausencia tiene más que ver con la suspensión de las negociaciones para entrar en la Unión Europea, aunque Eurovisión no tenga nada que ver con la UE. El caso es que en 2015, coincidiendo con el centenario del genocidio, Armenia presentó otra canción sobre el asunto, esta vez más explícita, titulada «Face the shadow» («Afronta la sombra»). La cantaba Genealogy, un grupo formado por armenios de los cinco continentes, y en el estribillo repetían la frase «no lo niegues».

También hubo trasfondo político en la canción que presentó Israel en 2007. Se titulaba («Apretar el botón») y hablaba de unos «locos mandatarios» que «harán explotar» el «reino venido». Se referían a Mahmud Ahmadineyad, entonces presidente de Irán, que proclamó su intención de destruir Israel. El Líbano, país vecino -aunque no precisamente amigo- de Israel, estuvo a punto de participar por primera vez en 2005, pero las autoridades libanesas, siguiendo su legislación, se negaron a emitir por televisión la canción israelí, por lo que el país de los cedros aún no ha participado.

Las relaciones históricas entre países marcan las votaciones. No solo las enemistades, sino también los lazos fraternos que existen entre los países escandinavos y muchas repúblicas exsoviéticas y de la antigua Yugoslavia.