«La guerra es lo único que entendemos bien». Es una de las muchas sentencias rajantes que se escuchan en «Altered Carbon». Una serie que desprecia las medias tintas. Está hecha para encandilar o para irritar. Hay resquicio para un termino medio si aguantas los bajones: tiene momentos espléndidos y otros dignos de abucheo.

Radical propuesta en la que la mujer protagonista se despierta sexy, entrena boxeo sexy y va a su trabajo de policía también sexy. El mozo protagonista no le va a la zaga. De hecho, no tarda en lucir pectorales y culo, aunque no sean los originales sino los de la funda que le ha tocado.

Funda es como llaman a los nuevos cuerpos que invaden las viejas almas, o los cerebros desenlatados, como se prefiera. Todo es muy moderno en lo que a tecnología se refiere pero los decorados juegan a la antigua. Steampunk, un estilo que siempre luce bien en pantalla, sobre todo en los videojuegos.

Da gusto ver esos dormitorios barrocos, esos hoteles de ambiente rancio, esas casas que huelen a pasado y memoria calcinada. Polvo serás, más polvo desgarrado. Porque «Altered Carbon», como su matriz Blade runner, enseña ciudades podridas de lluvia lenta, cosmopolitas (con fundas y sin fundas) y en las que el fatalismo enseña sus dientes con algunas caries de humor. «Me han enfundado en un yonqui de la nicotina», gruñe el prota en una de las numerosas bromas que se gastan a costa de los trasiegos de fundas. En el fondo, una mofa sobre las religiones porque la inmortalidad está al alcance de la mano.

Eso sí: los ricos pueden elegir en qué cuerpo hospedarse, los pobres se conforman con lo que pilla. No es extraño, pues, que una madre se encuentre de pronto en el corpachón de un hombre de armas tomar. En cambio, si eres rica quizá te venga bien el cuerpazo de una señora despampanante. Un clon vale más de lo que alguien normal puede ganar en su vida. «Te mereces estar por fuera como te sientes por dentro», susurra la publicidad que promete juventud, divino tesoro.

Resaltemos como se merece lo bien que se integran los adelantos tecnológicos en la vida corriente. Con naturalidad, sin alardes artificiales. Te tocas la muñeca y sale de la palma de tu mano un holograma que? Llevaremos a Siri implantada o en las líneas de la vida. Mola. Inquieta.

Con el móvil pasa lo mismo. Qué antiguo es eso de llevar un aparatito a cuestas. «Admiro a quien vive al límite sin inmutarse». ¿Frase de Blade runner? Podría, ¿eh? «Comida, cobijo, sexo? Y, en todas sus formas, evadirnos». El ser humano nunca cambia. «Siempre buscamos lo mismo. Somos simios inteligentes». Inteligentes pero cometiendo los mismos errores durante siglos. Aunque sea en la realidad virtual, aunque cambiemos de cuerpos.

Por eso el protagonista, que juega a ser duro y cínico como un Marlowe cualquiera (y sentimental, por tanto tantas veces), le suelta a una niña atónita: «Los amigos están sobrevalorados, te irá mejor ir por tu cuenta».

Y sobran los personajes que disfrutan de una vida quizás eterna con lo que tiene de desdén hacia todo lo que no sea placer: «Suficiente. Una palabra interesante. No estoy acostumbrada a ella». Aquí hay mujeres que segregan «fusión» cuando están excitadas, reflexiones pesimistas («Los momentos de paz que encontramos a veces no son más que guerras disimuladas. Y rendirse puede ser tan salvaje como cualquier ataque». Toma ya.

Pero no todo es verborrea, que en ocasiones agota y acogota. También hay secuencias de acción brillantes (especialmente una pelea salvaje de la agente con los clones de una enemiga desnuda) y, a medida que se aproxima el final, un revolcón de ideas con saltos en el tiempo, giros inesperados por culpa de la ensalada de identidades y un fragor sentimental que roza la perversión.