Esta semana he tenido la ocasión de leer un manuscrito magistral, algo que sucede en muy contadas ocasiones en la vida de un editor. Es un libro «de fútbol», con comillas. Hace 14 años, cuando publicar literatura de fútbol era una cara «boutade», desde Palmart, a iniciativa de Josep C. Laínez lanzamos «Relatos de Mestalla». Era el año 2000 y una masa social como la del Valencia viabilizaría un proyecto como aquél. Nos equivocamos. Y eso que el libro contaba con algunos cuentos memorables. En paralelo vio la luz otro volumen, coordinado por Josep González y editado por Levante-EMV, «Once titulares», con buenos textos también. Sumando a las 22 piezas de sendos libros, los magníficos trabajos de Paco Lloret y Alfonso Gil, los de Mestalla ponían los cimientos del relato que necesitaba el club. Porque los clubes (especialmente si no son Barça, Madrid, Bayern o Liverpool) necesitan un relato con el que sobrevivir durante los largos meses de invierno.

Poco después llegó un alud de cultura libresca granota. Yo mismo tuve algo que ver en ello con obras como «El libro del ascenso (2004)», «La gesta del segle», «Som de Primera», «Cuando fuimos campeones», «El sueño europeo», «Sueño en blaugrana», «Memorias de un granota», de Regües o las 3200 páginas de la «Historia del Llevant UD». En paralelo impulsé desde Onze dos nuevos títulos del Valencia: «Bronco y liguero» de José R. March y «El poble de Mestalla» de Joan C. Martí.

Levantinos y merengots tenemos dos cosas en común que nos hacen más parecidos de lo que pensamos: somos valencianos en los defectos y en las virtudes. Y en tanto que valencianos tenemos una tendencia iconoclasta a menospreciar nuestro patrimonio e infravalorar a nuestra gente. En Mestalla y en Orriols se desprecia la historia, la memoria, la literatura y todo aquello que tienen de etéreo y a un tiempo de inmortal, tanto Llevant UD como Valencia FC. Y si algo de esto pervive en ambos es a pesar del club, por el empuje de la «sociedad civil». Con Valencia, del Sénia al Segura, pasa igual. Estoy seguro que en ambas aceras creen que el estallido de «lletraferits» afines es por ciencia infusa, como si tras ello no estuviera el desvelo inverosímil de unas docenas de personas entregadas, desde el amor más primitivo a los colores, hoy y durante un siglo. Este es el pilar real sobre el que se sustenta hoy el mejor lustro de la historia granota y también la última esperanza de supervivencia identitaria que le queda al Valencia FC, tras la última andanada neocapitalista que acaba de sufrir.

Obviamente el libro del que les hablaba verá la luz en breve. En los tiempos que corren un libro así no puede quedarse en un cajón, aguardando la más que improbable justicia del tiempo. No crean en ella; no existe. La justicia en abstracto tampoco. La justicia no es más que aquello que ejecutan los hombres justos. Yo lo soy. Ya veremos en que sello ve la luz, pero me encargaré de que lo haga.

Es un libro del Valencia, aunque en realidad es un libro que explica la vida a través del fútbol, una pura delicia que acaba por ser un alegato contra el propio fútbol, ese opio «de subnormales». Un libro que puede emocionar también a un granota. Cuando la militancia futbolística se practica como un dolor del que es improbable escapar, la vida que se oculta detrás es lo que llega al alma. Mucho más que los colores y el escudo.

El Valencia CF contará en breve con esta sinfonía literaria insólita, con el mejor libro «de fútbol» (permítanme las comillas de nuevo) que he leído jamás. Y los he leído casi todos. Veremos qué son capaces de hacer con ello su legión de seguidores y el propio club. Veremos si el nuestro aprende también de una vez la gran lección: el fútbol sin alma es un café sin ventanas.