El Valencia tiró ayer a la basura una ocasión estupenda para aferrarse a la cuarta plaza. No por su juego, que fue calamitoso, sino por desaprovechar la ventaja con la que se encontró antes del descanso. El equipo frenó en seco después de tres victorias consecutivas con un juego plomizo en Balaídos, donde fue superado por el Celta en todos los frentes, excepto en el marcador. Fue un equipo flemático, irregular, incapaz de imponer su supuesta jerarquía ante un rival de clase baja (sumaba 6 derrotas seguidas), que le perdonó la vida en varias ocasiones. Si no fuese por Diego Alves, que paró un penalti en el primer tiempo, el grupo de Nuno seguramente estaría lamentándose de una merecida derrota. Paradoja: el equipo tomó el avión de vuelta aliviado por sumar un punto el día que Nuno se atrevió a poner toda su munición sobre el césped. Del trío Negredo-Alcácer-Rodrigo sólo salieron dos remates a puerta. Uno, el de Rodrigo, dio en la diana.

Con la vuelta al 4-4-2, el Valencia no carburó. Destensado, no se dio por enterado del dinamismo de su rival, un equipo que juega con mucha frescura al fútbol. Siempre fue un equipo atrevido y dinámico el Celta, que conserva un ADN al que se adapta el entrenador de turno. Semejante planteamiento era, en principio, una buena noticia para el Valencia, pues había más espacios en el campo contrario. Nada más lejos de la realidad. El grupo de Nuno quedó expuesto con cierta reiteración al fútbol vigoroso del inquilino de Balaídos, competitivo y decidido, dispuesto a pelear sin concesiones cada pelota. Encerró al Valencia en su área durante casi toda la noche, con llegadas muy interesantes. Orellana, Krohn Dehli, Charles, Augusto... basculaban sin descanso de un lado al otro del área ante una defensa exigida al máximo. Estaba claro: había trabajo para Diego Alves, que a los diez minutos ya evitó el gol en un uno a uno ante Orellana. Mal primer tiempo para el chileno, que volvería a encontrarse con el portero más tarde desde los 11 metros con la misma suerte.

El Valencia, desubicado, se pasó la mayor parte del primer tiempo al intento de desplegarse al contragolpe. Pero su juego no prendía la chispa necesaria para alcanzar el área contraria. En media hora sólo dispuso de una ocasión, eso sí, muy clara. Rodrigo, desde la derecha, envió un pase preciso a Alcácer, que cabeceó bombeado al segundo palo, donde apareció Sergio para evitar el gol y, de paso, alejar el balón de los pies de Negredo, atento al rechace para definir la jugada.

El partido estaba feo para el Valencia, anudado ante la mayor ambición local. Falto de línea de pase, con André Gomes y Parejo atascados, apenas remataba a portería. Llegó entonces un punto de inflexión: el árbitro señaló penalti por un derribo innecesario de Otamendi sobre Charles. Alves desafió a Orellana con un juego de malabarismos y logró su objetivo: que el delantero lanzara hacia el lado elegido por el portero, a la derecha. El brasileño despejó el balón con las dos manos a córner.

El Celta pagó caro su error. Pese a su aparente agarrotamiento, nadie puede darle concesiones al Valencia. Por mucho que su juego fuese discontinuo, siempre está listo para citarse con el gol. Llegó por la vía de la verticalidad. Rodrigo acaparó la atención de los focos: recuperó el balón en la banda derecha, avanzó en diagonal hacia el área y lanzó un zurdazo en la jugada favorita del hispano-brasileño. El balón pasó entre los brazos del portero. Fuese o no un premio exgerado, el gol situaba al Valencia en una situación muy ventajosa. Y al Celta, lamentándose de dos errores fatales.

El equipo de Berizzo no dio tregua tras el descanso, que no ofreció novedades en el juego: la frecuencia ofensiva del Celta, con Nolito ahora en el campo, superaba aparentemente la del Valencia, asfixiado, excesivamente especulador, reñido con la pelota.

Sin comunicación con los delanteros, Nuno retiró a Negredo y envió a De Paul a la segunda linea de fuego, necesitada de elementos. André Gomes se colocó en su posición natural, mientras el argentino se situó en la izquierda, una vía obturada hasta entonces. Objetivo: ganar presencia en el centro del campo y evitar que el Celta se embalara, confiados en un plan bastante italiano. No dio resultado. El Celta encontró su recompensa en un remate de Orellana, libre de obstáculos en el corazón del área al saque de un córner.

El empate obligó al Valencia, por una cuestión de orgullo más que táctica, a dar un paso adelante. Se quedó a medias, porque el Celta no renunció a su valiente planteamiento. El equipo de Nuno no llegó a espabilar, mientras su rival le martilleó hasta el final. Charles perdonó la vida en la última ocasión de un partido angustiosamente eterno para el Valencia, que ni con Javi Fuego alivió las llamas.