La comunión de la afición con el equipo es máxima. Ni un solo pero. Y eso que, el de anoche, fue un partido de más de cuatro gratificantes horas. El rol de la hinchada está claro y lo desempeña a la perfección. Ella es la que aupa al equipo. En lo bueno y en lo malo. La que empuja y presiona. La que sufre en las derrotas y la que disfruta al máximo en las victorias. Como anoche, cuando salió del estadio orgullosa y feliz.

Algo que ya intuía dos horas y media antes del encuentro, cuando en el tramo de la calle Joan Reglà que da acceso al campo y en avenida de Suecia ya no cabía ni un alfiler. Había ganas de futbol. De sana revancha.

La afición, totalmente entregada a la causa, ya animaba al Valencia. Un espectáculo al que daba aún más color las más de 6.000 banderas blancas repartidas por la Curva Nord. Parecía la previa a una final. A la final que el Sevilla privó de disputar el pasado mes de mayo cuando M´Bia marcó justo cuando Mestalla ya disfrutaba del pase a la final de la Liga Europa. Pero no, el de anoche era un partido más. Quizás, si todo transcurre como se intuye, de algo más de tres puntos porque Valencia y Sevilla están señalados para ser los que compitan por la cuarta plaza, pero eso sólo se verá al final del campeonato.

Los cánticos y el descontrol alcanzaron el cénit a las 19,30 cuando el autocar del equipo apareció por la avenida de Suecia. Banderas al viento, bufandas al aire... la afición enloquecía al ver , en el interior del autobus panelado con la imagen del club, a los jugadores. Unos futbolistas que no daban crédito al espectáculo y que se quedaron asombrados al ver cómo algunos aficionados encendían bengalas con el objetivo de animar pero que lo que hacían era poner en alerta a la policía y con ello provocar el miedo de los hinchas que estaban en esas zonas. El orden, eso sí, llegó tan pronto como los jugadores descendieron del autocar y se adentraron en el túnel de vestuarios, porque el Sevilla, para prevenir altercados, entró al campo por una puerta diferente. Con los futbolistas en Mestalla, el espectáculo se trasladó al interior del campo. Un majestuoso murciélago negro sobre un fondo blanco confeccionado en la grada sur, sobre la zona que ocupa la grada joven, dio la bienvenida a los equipos. Un recibimiento cordial que pronto se transformaría cuando, desde megafonía, anunciaron el nombre de Emery. Bronca. El partido arrancó tan intenso que la grada siguió se metió pronto en él. Mestalla actuaba de jugador numero doce. Para animar y presionar. Para aplaudir y silbar. Los goles de Parejo alegraron a la grada, pero fue el paradón de Diego Alves a Bacca el que logró enloquecer a la hinchada. La parada, que de haber marcado el colombiano hubiera supuesto el 2-2, ayudó llegar al descanso con tranquilidad. Fue algo momentáneo. El reinicio fue tan efervescente como el arranque. Con Nuno y Emery desgañitándose en la grada „Mestalla cantó en varias ocasiones: «Corre la banda, Unai corre la banda» y «Unai canalla fuera de Mestalla»„, el partido volvió a volcarse hacia el área de Beto. Y llegó, en un ensordecedor ambiente, el tercero. Gol de Fuego. Y con él los desprecios hacia Banega que, tras sus cinco años como valencianista, regresaba a la que fue su casa. Con el partido sentenciado, llegó el momento de los reconocimientos. A André Gomes, a Negredo „que no marcó pero se desfondó„, a Rodrigo.. Mestalla estaba feliz y orgullosa.