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Tiempo de juego

Ganaron las pizarras

Vayamos con lo esencial. Ganaron las pizarras; perdió el espectador

Ganaron las pizarras

Entiendan la resignación. Se esperaba con ansia el regreso del juego tras el condenable parón, con la vuelta del fútbol en general y del derbi en particular. Ya les pongo en aviso para enfrentamientos venideros: este partido nunca volverá a ser considerado «fuego amigo». Háganme caso y olviden cualquier distracción. Dotado el aficionado con un sexto sentido para ello, así se entendió desde la grada, el lugar donde la memoria histórica siempre queda a buen recaudo para aflorar en caso de Semana Santa o duda general.

Aclarado el marco, bajemos al fútbol advirtiendo su análisis desde el laboratorio, alejado del patio y el recreo. La fotografía en Paterna nos alertó. Andaba preocupado Nuno por el exceso de euforia, la vuelta tras el descanso y aquel «ya nos veremos» en El Madrigal. En el bando contrario Marcelino, ya saben: caminando por la vida en continua reivindicación, Mestalla siempre le suena a cuenta pendiente. Quién sabe si también a rencor. Fue tal la obsesión durante la semana por el estudio del choque por parte de ambos, que no habría extrañado ver a Feghouli junto a Campbell, intercambiando apuntes aprovechando el juego parado. Atenazados los equipos desde sus respectivos banquillos, salieron victoriosos los alumnos aplicados el domingo en que se castigó la inspiración. Porque lo quieran o no, ayer se enfrentaron dos equipos mirados en el espejo. Mismo sistema, misma idea, mismo mensaje, mismo respeto. Temerosos a tomar la iniciativa, recelosos por las arrancadas del rival, a un nivel parejo en lo físico y sin demasiadas ganas por descuidar sus espaldas. Extraño esto último, pues ambos bien pudieran presumir de guardianes interestelares. Otamendi regresó al mismo punto donde lo habíamos dejado, ejerciendo en cada disputa de hermano mayor, protegiendo el balón como quien abraza el planeta. Como Mussachio, superhéroe depilado. Sus escuderos no quisieron ser menos. Mustafi ejemplifica la ejecución sin dejar huellas y Bailly es el futuro: mitad rinoceronte, mitad guepardo. Los cuatro, hoy, son un poco más caros.

Otro de los pocos que salió revalorizado fue Rodrigo, quizá porque su nombre no estuviera anotado en la pizarra. Anárquico y veloz, suyo fue el peligro. De sus botas nacieron las ocasiones y su entrada al campo evitó que alguno se marchara antes de tiempo. Vertical, incisivo y descarado, Rodrigo nos recuerda que en su Brasil natal, la favela es la mejor escuela para el juego y el balón, su mejor instrumento. Sus diagonales rompieron consignas y cinturas, siendo en vano cualquier intento de Marcelino por pararlo acumulando laterales en su costado. Sonría, Rodrigo. La tarde de gloria que espera se cerca.

Tiene razón Marcelino: el Valencia respetó en demasía al Villarreal y visto el resultado, quizá el temor fuera excesivo. Como ya sucediera ante el Madrid, Nuno se preocupó de instruir hasta el jardinero. «Césped alto y seco», en esa extraña idea por valorar la velocidad rival, en detrimento de la propia. Otra muesca más en el revólver, Marcelino. Otro motivo para sacar pecho, innecesario desgaste que no acelera el estrellato y sí la aparición de canas y arrugas. En permanente reivindicación, Marcelino aparenta en cada comparecencia sentirse huérfano de elogios, necesitado de halagos y deseoso por la adulación. Su gatillo fácil le merma: nadie abraza en la élite por reclamo.

El empate escuece pero la trayectoria no amarga. Eviten el castigo. A pesar de las inercias, no era sencillo el envite y el tramo final del partido demostró que las cadenas tácticas no encorsetan para siempre. Y el apretado calendario evitará los vistazos a la tabla, los lamentos y las noches de insomnio: el jueves hay de nuevo partido. Quedemos a la espera del regreso del Valencia combativo y descarado.

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