El peso simbólico de la figura de Antonio Puchades, lejos de caer en el polvo de las estadísticas, cobra vigencia como un ejemplo a seguir de valencianismo en la actualidad, a los dos años de su fallecimiento y más de medio siglo después de su retirada de los terrenos de juego. La fidelidad inquebrantable a unos colores, unida a la consecución de éxitos deportivos, marcaron el paso del mediocentro suecano por Mestalla y representa una de las enseñanzas más provechosas para los canteranos emergentes del club. De hecho, casos recientes, como las renovaciones de Paco Alcácer y José Luis Gayà, engrandecen esa teoría

A esa dirección apuntan los historiadores valencianistas Miquel Nadal y José Ricardo March, consultados por Levante-EMV. «Con Puchades quedó demostrado que la fidelidad no está reñida con conceptos como la fama y la gloria y acaba siendo rentable desde el punto de vista deportivo para los propios jugadores a largo plazo», apunta Nadal, autor de libros como «Soñar goles» y «El nacimiento de la ciudad deportiva». «Su pureza y autenticidad emana un mensaje para las nuevas generaciones que se aprecia en Gayà y Alcácer, a los que se les ve muy felices en el club», insiste.

Puchades, nombrado mejor mediocentro defensivo del Mundial de Brasil 1950, y ganador de una Liga y dos copas con el Valencia, es el caso paradigmático de que la continuidad en un mismo equipo, rechazando ofertas millonarias de clubes superiores, no es un acto sentimental que suponga necesariamente una renuncia competitiva. «Esa idea de fidelidad empezó a desaparecer en los 80», puntualiza March, autor de la obra «Bronco y liguero. Las 6 Ligas del Valencia». En su opinión, la condición de suecano de Puchades reforzó también la raigambre comarcal del Valencia: «Se demostró que el club no tenía que nutrirse solo de jugadores de la ciudad de Valencia. Amplió el espectro a las comarcas y, de esa manera, agrandó el mapa social del valencianismo. Desde muchas localidades acudían aficionados a Mestalla para ver a jugadores como Puchades, o como otros suecanos como Mañó, Ibáñez o Sendra. Era uno de ellos, alguien que desde el pueblo había logrado escalar hasta llegar al primer equipo, a la grandeza de Mestalla». Según March, ese lazo sigue teniendo paralelismos como en Gayà, natural de Pedreguer.

En la consideración de su valía histórica, no hay dudas: «Es el eslabón más importante en la cadena histórica del Valencia», razona March. «Lo que comienza en Cubells y Montes en los años 20 y sigue antes de la guerra con Molina, continúa en el Valencia de los 40 y 50», agrega. Puchades sería como una viga maestra y «está en el centro de los 95 años del club. Las estrellas internacionales lo trataban de igual a igual. Cada uno en su momento y a su manera, pero junto a Kempes pone al Valencia en la escena mundial». Nadal incide en que, «a pesar de que la mayoría no lo vimos jugar», la arqueología «contada y escrita» apunta a que Puchades «acumulaba de manera equilibrada técnica y coraje. Ese virtuosismo eficaz es el mejor secreto de Mestalla y está ligado a las mejores épocas del Valencia. Su pareja con Pasieguito la vimos después con Albelda y Baraja». Además, a diferencia de otros míticos jugadores, «como Kempes o Claramunt», su círculo se cierra «al haber podido disfrutar de un merecido homenaje, a su altura».