Acababa el duelo en el Etihad Stadium y la realización inglesa, además de posar sus planos en los goleadores del Manchester City contra el Chelsea, también fijaba su atención en Eliaquim Mangala. El central francés se despedía de una afición que justo en esos instantes conocía, por las redes sociales, que el exjugador del Oporto iba a entrar en la millonaria operación por Nicolás Otamendi. Mangala, sabedor antes del encuentro de cuál iba a ser su futuro, disputó el encuentro y rindió a máximo nivel. Incluso en el tiempo añadido y con el 3-0 en el marcador se ganaba una tarjeta amarilla por una dura entrada.

Un adiós muy diferente del que, por la mañana, rendía Nicolás Otamendi al Valencia. El defensa argentino, por segunda vez en los últimos tres entrenamientos, no saltaba a entrenar en una nueva medida de presión para forzar el traspaso al Manchester City. La noticia saltaba a las 9 de la mañana cuando, entre los futbolistas que comenzaban la sesión de trabajo, no se encontraba entre ellos Otamendi, a pesar de que sí se había personado en las instalaciones de la ciudad deportiva a la hora programada para la plantilla.

El jugador sudamericano estuvo pendiente del remate final de las negociaciones y, pese a no ejercitarse con el resto del grupo, fue de los futbolistas que más tarde abandonó Paterna. Antes se había despedido de los que han sido durante una temporada sus compañeros.

Eran las 12:50 horas del mediodía cuando asomaba finalmente por las oficinas de la ciudad deportiva, acompañado por Rodrigo De Paul, uno de los compañeros con los que tiene más amistad y complicidad y a quien ha dedicado varios de sus últimos mensajes públicos a través de las redes sociales. Otamendi, abiertamente criticado por la afición valencianista en la fiesta de presentación contra la Roma, sí decidió detener su vehículo para atender a la docena de aficionados que esperaban en el aparcamiento exterior de la ciudad deportiva.

Nico firmó balones, camisetas y fotos, e incluso bajó de su vehículo para atender todas las peticiones. Se mostró sonriente y receptivo, pero en esos dos minutos de convivencia con los aficionados no soltó palabra ante los comentarios que lamentaban un traspaso que ya se asumía como seguro.

«Un abrazo grande, ciao»

El padre de un niño al que había firmado una camiseta con su nombre y dorsal, le preguntó «¿ahora qué vamos a hacer con esa camiseta?». El comentario abrió camino hacia otros ruegos, como el de un joven hincha que le confesó: «Aquí eras Dios, tío. Como aquí no vas a estar en ningún lado, Otamendi, aquí eres el puto amo. Allí, ya veremos...». Antes de volver a meterse en el coche otro aficionado le suplicó un «no te vayas hombre». Ante las posteriores preguntas de los periodistas, las únicas palabras que dedicaría el internacional argentino, mientras colocaba la marcha automática de su deportivo, fue un breve «un abrazo grande, ciao», antes de salir por última vez de Paterna.

Otamendi deja un legado breve pero intenso en el Valencia. Se le recordará como uno de los símbolos del equipo del renacimiento de la temporada 2014-15. Su juego agresivo y contundente desprendió un carisma contagioso para compañeros y aficionados. Una simpatía aumentada con los seis goles decisivos, casi todos en furiosos remates de cabeza. Muy recordados fueron sus tantos ante Atlético, Madrid o Elche (con el saludo de general que derivó en su apodo). Tanta idolatría concentrada en tan poco tiempo se volvió en incomprensión ante su voluntad de marcharse, tan férrea como su juego.