A veces hay que sobreponerse a las adversidades y, los aficionados que acudieron a Mestalla, tuvieron que hacer un nuevo sobresfuerzo para trasmitir su fuerza y calor a los jugadores. Hubo que nadar, en todo momento, contra corriente. En el regreso a la Liga de Campeones, los 25.000 espectadores que decidieron acompañar al equipo en esta nueva aventura se dejaron el alma apoyando y animando al Valencia. Lástima que el final fuera tan amargo y triste. Los aficionados, habituales y no habituales, abandonaron el campo hundidos.

Para el hincha, había llegado el momento de disfrutar de lo que tanto había costado conseguir porque, además de empujar durante todo un año para la clasificación, se había tenido que pagar por ver el partido y no era cuestión de desaprovecharlo. Los jugadores, con su ímpetu, fueron los que metieron en el partido a la grada. Y la grada, con sus palmas, quienes ayudaron a los futbolistas a sobreponerse del tempranero gol de Hulk. Nada de reproches y sí mucho empuje. Pero a veces, las palmas y los cánticos no son suficientes cuando el ambiente flojea. Sin pulmón, el equipo es más débil. Y anoche lo notó. Mucho. Tanto que, con el segundo gol de Hulk, los pitos y las críticas volvieron a emanar para despedir al equipo de la peor de las maneras. En el descanso, el equipo estaba obligado a rehacerse. Y así fue.

Con André y Alcácer en el campo, y una pizca más de intensidad, el equipo revertió los pitos en cánticos. Desde la Curva Nord se trataba, a la desesperada, de aupar anímicamente a los futbolistas y los jugadores lo sintieron y e hicieron. El golazo de Cancelo sirvió para que Mestalla gritara al unísono el «¡sí se puede, sí se puede!», y con una fuerza hasta entonces aplacada, intimidar a un Zenit físicamente muy cansado. El gol de André permitió creer pero el de Witsel enmudeció el campo. El debut no podía ser más amargo.

A pesar del empuje final, Mestalla no fue la olla a presión que se esperaba. La competición, por unos u otros motivos, no logró convencer a la afición para que acudiera al campo y en las gradas del estadio se quedaron vacias muchas localidades. Una pena. Hacer pagar a los abonados y accionistas, sólo dos meses después de haber pasado por taquillas, pasó factura. El ambiente, a pesar del esfuerzo hecho a última hora desde el club para poder maquillar la pobre entrada, fue frío. Muy frío. Ni siquiera el hecho de a anunciar que, por cada entrada, se donaría un euro para ayudar a los refugiados sirios sirvió de aliciente para, ir al campo. Porque, de forma extraña, a un cuarto de hora para que arrancara el partido, cuando los jugadores se retiraban tras el calentamiento, las gradas estaban prácticamente vacias. Toda una sorpresa para los jugadores que, atónicos, observaban una imagen insólita para un partido oficial.