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Tiempo de juego

El arte de la guerra

El arte de la guerra

De los cielos a la pólvora mojada. De la magia a la oscura esclavitud€ Está demostrado: la codicia siempre se guía por el mismo camino. Primero viene la humildad, acompañada por el silencio, la media sonrisa y el segundo plano. Tras la puesta en escena, llega el acercamiento: una caricia, una mirada, un susurro que adula los tímpanos más duros. Posteriormente se desata la locura, el sentimiento de grandeza, la ceguera que producen el anillo o la corona: el vestuario es mío, la grada es mía, el club es mío. Y entonces, de repente, cuando menos te lo esperas, llega el primer temblor y te tambaleas. El suelo se mueve bajo tus pies, buscas con urgencia algo a lo que agarrarte, cambias el gesto y pasas del ataque a la defensa. De disparar a sentir las balas silbando cerca; muy cerca.

Cualquiera que se proponga conquistar montañas, sabe que el viaje no termina arriba. «No me pagan por llevarle a la cima, sino por devolverle con vida», advierten los guías. Nuno pudo ser víctima. Peón o alfil en un tablero de Reyes, un inocente en el escenario del crimen. Sucedió hace solo un verano, aunque parezca que, por el camino, hayamos consumido mucha más vida. En los días de caviar y champán, su aparición en escena sirvió para tirar las primeras copas al suelo. A los anfitriones de la fiesta, aquellos que cruzaron la línea por tenerlo todo controlado (o eso creyeron), su nombre no les aparecía en la lista de invitados. Así presentaron a nuestro protagonista, quien pudo ser amigo: sonreír y brindar a su salud. El tiempo jugaba a su favor y cualquier asesor habría pedido prudencia. Más si cabe, sin un currículum que enumerara sus éxitos y portando como único aval, ser amigo del dueño. Quizás, tal vez, habría sido lo más inteligente en casa ajena. Pero Nuno tenía otros planes. Ambicionaba más, seguramente seducido con promesas divinas por aquellos que lo trajeron; den por cierto que también, con el orgullo herido por el recibimiento dentro.

Por el camino ganó partidos, embaucó al vestuario y se metió en el bolsillo a la grada apretando los dientes, levantando el puño cerrado, sudando la camisa en cada festejo y citando a la gente en los aeropuertos. «Fantástico», exclamaba. Qué tiempos aquellos€ Pero el poder corrompe y nunca deja saciado a nadie. No contento con la inversión, pidió más fichajes. Molesto con el «fuego amigo», exigió que blindaran su contrato. Incómodo con los mordiscos venenosos de la oposición y su entorno, decidió que no habría más reuniones de cara a la galería. Caretas fuera. Y un buen día, facultado por haber conseguido el objetivo, eligió poner el pecho y asumir todo el control. Ya lo tenía, pero además quería que se supiera. Quién le iba a decir que, aquellos que salieron a la calle con pancartas, los mismos que le aclamaron cada vez que se unía a los futbolistas sobre el césped tras una victoria, solo un año después, le darían la espalda.

Dicen que su equipo sufre en cada partido, que no juega a nada y aburre. Que pone a futbolistas por decreto y no por criterio. Razones tiene la fe; también su contradicción. Si habláramos de un problema futbolístico, no se le habría pitado el día de la presentación. Si habláramos de una crisis de resultados, alguien recordaría que ha perdido uno de los últimos 21 encuentros de Liga. Claro que hay algo más. Nuno creyó que podría con todo y no existe héroe sin escudo. Prisionero de sus propias decisiones, hoy no tiene a nadie que le defienda; dicen que todo es culpa suya.

Acusado de establecer el coste de las renovaciones y hasta el precio de las entradas. Cuestionado dentro por su exigente preparación física y por enterrar o resucitar futbolistas en cada jornada. No hay foco acusador que no le alumbre.

En Mestalla no resbala su actitud. Lejos quedó el record de puntos, el regreso a la Champions o que esta temporada todavía no se ha perdido. Lejos queda todo. Porque en Mestalla, nadie compra voluntades. No hay dinero que desarme y el ambiente lleva viciado mucho tiempo. Ya no hay César que lo gobierne y el nuevo marketing ha terminado con el «pan y circo». Lo canta Leiva y lo tararean aquellos que se estrellaron a su salud: «la guerra durará más que tú€´» La cima no es el reto. Lo difícil es mantenerse con vida.

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