La Liga de Campeones le vuelve a sonreír al Valencia, vuelve a parecerse a aquel torneo de noches felices y grandes aspiraciones. El gol de Sofiane Feghouli en Gerland no es decisivo pero hay que revestirlo de su justa trascendencia. Primero porque devuelve todas las opciones continentales al Valencia y se abre distancia con el tercer clasificado. Y, también, porque tras el triunfo se esconde un partido en que por primera vez las señales de recuperación fueron sólidas. En la primera parte el Valencia fue superior en todos los parámetros al Lyon. En la segunda se mostró la cara solidaria para saber sufrir ante el empuje del Olympique y, en definitiva, crecer como bloque, como equipo: la noticia que más ansiaba Mestalla.

El Valencia ya demostró el año pasado ser un equipo de citas grandes, de emociones fuertes. Cuando más exigente es el rival, mejor capacidad de respuesta emite. En un Gerland lleno, con un ambiente más propio de Champions que el vivido en el desangelado estreno ante el Zenit, los valencianistas recordaron desde el primer momento al equipo entero que plantó cara hace pocos meses a Barça, Madrid y Atlético. Los visitantes no dejaron de crecer en la primera parte, a partir de una premisa que Nuno ya adivinó que sería decisiva, como la posesión de balón, mayor y con más consistencia, sin pérdidas. Así se fue recobrando la identidad. En defensa volvió la contundencia, inaccesibles por alto. En ataque se triangularon combinaciones por el centro, inexplorado en este inicio de curso, y las bandas volvían a ser decisivas, con un Piatti que libró con Jallet uno de los duelos de la noche.

Y, por último, el Valencia recobró color en las jugadas a balón parado, con las que se recuperó un intangible olvidado, la de sensación de peligro, la cercanía del gol, el miedo en el cuerpo al rival. En la estrategia se alzó poderoso Abdennour, que en los minutos 8 y 34 comenzó a mitigar la añoranza de Otamendi con dos cabezazos venenosos. El primero, estorbado en el salto por Mustafi, se fue pegado al poste. En el segundo el tunecino marcó los tiempos con el mismo escorzo para conectar otro envío con rosca abierta de Piatti, pero el palo evitó el gol.

El motor que tiró del juego del Valencia fue el de Piatti, siempre con su determinación al máximo. En el 17 el argentino centró un balón, que bajó Negredo, y peleó Enzo hasta habilitar a Piatti, que siguió la jugada hasta posiciones de remate, y cuyo remate se estrelló en Lopes.

Las dudas y la anarquía habían abandonado a un Valencia con impulsos más automatizados e insistentes. En el 39 era Feghouli quien se topó con el larguero tras tejer varias paredes rápidas con Cancelo. El esperado gol acabó cayendo de forma natural, como las hojas del otoño. Era el minuto 41 y hay que apuntar la pillería de Negredo para iniciar una contra sacando rápido una falta de la que fue objeto en la medular. Piatti condujo y vio la entrada por la frontal de Feghouli, que esta vez no perdonó ante Lopes.

Hasta ese momento el Lyon había mostrado su versión más exánime. Debilitado por las bajas y con poca convicción, Valbuena sólo había aparecido en un golpe franco que Jaume, con una gran estirada tocadita de efectismo, desvió con la ayuda del poste. Pero con el 0-1, los lioneses se levantaron como un resorte y acosaron al Valencia con un remate en semifallo de Lacazette al larguero y una ocasión que Ferri, con todo a favor, pifió en la definición.

La segunda parte obligó al Valencia a remar en contra, a merced de un Olympique con mucho más empuje. El sufrimiento de los valencianistas fue mayor al quedar excesivamente metidos en su área y sin continuidad para lanzar unos contragolpes que en ocasiones fueron mal cortados por el serbio Mazic, como el que dejó a Piatti con todas las yardas libres para pensar en el 0-2. La lesión de Abdennour tiró instintivamente al Valencia dos pasos más para atrás, pero se amasó a buen recaudo el 0-1 entre las exageradas reclamaciones de penalti locales y las manos milagrosas de Jaume en el descuento.