Costó que el estadio de Mestalla cogiera color, pero antes de que salieran los futbolistas tras el calentamiento, los hinchas del club belga comenzaron a animar a los suyos, y eso espoleó a los valencianistas, que rápidamente comenzaron a cantar. La idea era crear esa atmósfera especial que caracteriza a esta competición, elevando la adrenalina antes de escuchar el himno. Y eso se notó en el inicio de partido.

«Hoy queremos esta victoria», fue uno de los primeros cánticos, de una grada que finalmente llegó a los 39.850 espectadores y no paró de animar desde el pitido ininicial. Ni la ligera lluvia que comenzó a caer a los diez minutos intimidó a los aficionados, que gran parte de ellos acudieron con un chubasquero preparado. El ambiente fue muy bueno a pesar de que el rival era poco atractivo, que no fácil porque se demostró estar muy trabajado en el plano táctico. Y cuando desde la grada donde se ubica la Curva Nord reclamaban al resto del estadio que les acompañaba, las palmas hacían retumbar los cimientos del estadio.

Cuando Soso Feghouli abrió el marcador, la rabia que sacó de su interior el futbolista argelino contagió a la grada. Era el primer grito de alegría, y el Valencia impedía despistarse a los presentes en Mestalla, ya que se iban sucediendo las ocasiones, pero sin poder estalar de nuevo de felicidad. Cuando el equipo juega bien, la química que transmite a los aficionados es máxima, creando una unión que les hace más fuertes.

Hubo un caño de Santi Mina, en el minuto 33 de partido que levantó a la gente de su asiento, por su espectacularidad, al grito de «Ooohhhh». Pero lo que nadie se imaginaba era ver a Mestalla en silencio, lo que ocurrió en el minuto 39 con el gol de Foket. Hasta ese momento era un asedio constante de la tropa entrenada por Nuno, que convirtió al meta Sels en el héroe del primer tiempo. Hasta el entrenador local comenzó a reirse por la situación, sabedor de que el empate en esos momentos no era merecido, pero la desilusión de la parroquia sólo duró un minuto, ya que pronto volvió a levantarse y a animar a los suyos. Esos instantes de silencio los aprovecharon los casi dos mil seguidores belgas para entrar en un estado de locura momentanea, aunque el descanso significó un paréntesis para los dos bandos.

A los seis minutos y después de animar a Alcácer por una mala definición, la afición le pedía a gritos un esfuerzo al equipo. No agradaba el empate aunque no fuera justo. Y aunque los aplausos predominaban, hubo un momento, pasada la hora de partido, cuando ya comenzaban a impacientarse. Luego pitó cuando Rodrigo reemplazó a Parejo. Pero la alegría iba a llegar cuando Gayà subió el 2-1, previa a otra intervención de Jaume, que escuchó corear su nombre, igual que Paco Alcácer cuando fue sustituído, señal del trabajo excelente que realizó a pesar de no obtener la recompensa del gol. El partido, que se enrareció en la mitad del segundo tiempo, acabó con una explosión de alegría merecida.