No busquen secretos ni fórmulas extraordinarias para averiguar por qué el Valencia claudicó en su visita al Calderón. El Atlético de Madrid no reparó en alardes, pero tuvo suficiente con ser fiel a la identidad de su fútbol directo y vertical, que enraíza con su tradición histórica y que ejecuta con una determinación casi patriótica. Contra esa marcada personalidad el Valencia contestó con ternura e indefinición. Al «once» local, recitado de memoria como un mantra, los blanquinegros plantaron una alineación repleta de cambios que hasta que no se desplegó sobre el césped, ningún analista se atrevía a descifrar a qué dibujo respondía. Con esas premisas previas, la suerte de un partido pende de un hilo desde el primer minuto, y más en un estadio poco propicio para los experimentos. Como sucedió ante el Athletic, otro bloque con una filosofía de juego reconocible, la reacción del Valencia se quedó en otro amago, en otro paso en falso, en otro doloroso ejemplo de equipo a media cocción.

Nuno plantó un equipo que renunciaba en apariencia al 4-3-3 y apostaba por acumular efectivos en la medular con Enzo Pérez y Barbosa pero a costa de prescindir de Javi Fuego, termómetro de este Valencia. Rodrigo y Mina se situaban como teóricos delanteros, una posición que es de su agrado y en la que cabía pensar que, por su movilidad, marearían la marca fija de los centrales rojiblancos.

Al poco de empezar Mustafi casi alcanza a dos metros de la portería un balón peinado atrás por Rodrigo. Esa acción y un centro chut raso de Cancelo a los 23 minutos, justo antes de lesionarse Rodrigo, fueron como la ilusión de un oasis. La realidad es que Jaume comenzó a ser providencial desde muy pronto „a disparo de Koke„ y que el Atlético avanzaría posiciones y aumentaría su dominio a trancas y barrancas, empujando con agresividad y mucha fe, con lucimientos justos.

El ambiente del Calderón haría el resto. Se apreció en la jugada de la amarilla a Mustafi, en un peligroso pase al espacio de Gabi hacia Griezmann en el que el central alemán se anticipa con contundencia pero ganando la pelota. Pero con la aparatosidad de la caída y el rugido de la grada en la protesta se cobró la tarjeta. Esos son los detalles que dan verosimilitud a la teoría de que las aficiones también ganan partidos.

El Valencia aguantó durante media hora bien plantado, pero con una desconexión para el contragolpe que hacía temer que los intentos locales aumentarían su frecuencia y que el partido se haría largo. O, por lo contrario, muy corto si se cometían errores ante el equipo de la Liga que mejor aprovecha las distracciones de sus contrincantes. Así sucedió. Minuto 31. Un balonazo a la nada y doble pifia en el despeje. Primero de Mustafi, el que raramente falla, y posteriormente de Santos, que ya lanzó un despeje al aire contra el Gent, solventado por Jaume. Pero esta vez el portero de Almenara poco pudo hacer ante el regalo que se encontró Jackson. El delantero que coqueteó con ser la primera apuesta estrella de Lim definió con clase.

En los siguientes minutos el Atlético, como un toro desatado, se fue a por el segundo y un Valencia desnortado sólo podía esperar llegar al descanso limitando los daños. Jackson la tuvo de nuevo en el minuto 34, pero se encontró con un fantástico Jaume. La pelota fue a un saque de esquina del que Godín se sacó un cabezazo autoritario que Gayà salvó bajo palos. Con tal acoso a nadie sorprendió que, en el 39, Carrasco encarrilase el partido tras una gran conducción y una mejor finalización, con un chut seco y pegado al palo. El Manzanares era un océano embravecido.

De repente un penalti

Quedaba toda una segunda parte que olía a trámite sin emoción. Para rebatir esa teoría se necesitaba agarrarse a las soluciones y el genio de un líder, pero no era la mejor noche de André como comandante. Nuno buscó otra chispa con Bakkali. La otra alternativa era que el azar o un episodio afortunado devolviesen al Valencia, como sucedería con el ingenuo penalti de un fogoso Godín a Mustafi. Paco Alcácer marcó y, en medio de tanta adversidad, a los visitantes se les servía una hermosa oportunidad. Fueron momentos en los que se vio a André con decisión y cabeza levantada. Un susurro intranquilo recorría el estadio porque el marcador volvía a ser justo. Pero de nuevo era Jaume quién se alzaba decisivo, respondiendo ante Juanfran. En la continuación, Torres cabeceaba fuera por muy poco. El partido moriría sin heroicidades, merodeando sin golpear, con este «quiero y no puedo» del que no se despega este Valencia en busca de un estilo.