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Historia

El destino final del soldado Molina

Enrique Molina fue uno de los estandartes del Valencia de los años 30. La vida le llevó a enrolarse en la División Azul y encontró la muerte en 1943, en la batalla de Leningrado, muy cerca de donde mañana jugarán los valencianistas por primera vez

El destino final del soldado Molina

Mañana será la primera ocasión en toda su historia que el Valencia juegue un partido en San Petersburgo. Pero un nombre, un histórico jugador, conecta al club de Mestalla con la ciudad del Hermitage, pero con el fútbol en un segundo plano. Se trata de Enrique Molina Soler, probablemente el futbolista más importante de la entidad en los años 30. Una década de apariencia marginal, situada entre el florecimiento del Valencia en los años 20 y los dorados 40 de la «delantera eléctrica», y con el paréntesis de la guerra entre medias. Pero una época imprescindible en la consolidación en la elite de la entidad. Unos años en los que el centrocampista (y posterior soldado) Molina fue uno de los protagonistas claves.

Arrebatado al Gimnástico a mediados de los 20, Molina, nacido en Ruzafa en 1904, se erigió en un portentoso centrocampista, de gran capacidad atlética, que dio continuidad competitiva al Valencia de espíritu amateur en el que Montes y Cubells habían sido los ídolos y estandartes. Cuenta la leyenda que Molina lucía botas rojas con unos tacos que, pacientemente, se encargaba de afilar y reparar, y que causaban estragos en los rivales a los que mantenía a raya. Molina, también aficionado al juego de pelota vasca, que practicaba en el popular frontón del Jai Alai, aparece como el pulmón del Valencia Foot-ball Club que, en la primavera de 1931, asciende por primera vez a la máxima categoría. En los suplementos de la época que cubrieron aquel gran paso Molina la foto de Molina llega a aparecer sustituyendo al balón, en el centro del mismo escudo. Sería un futbolista esencial en los primeros éxitos del club en la Copa y en los siete campeonatos regionales conquistados por una institución a la que ya no se le discutía su hegemonía en la ciudad en los calientes derbis sobre el Gimnástico y el Levante FC. En 1934 colgó las botas con 274 partidos a sus espaldas con el Valencia FC. Como despedida se le tributó un homenaje contra una selección de futbolistas españoles.

La historia del futbolista Molina deja paso, a continuación, a la del ciudadano. Criado en el seno de una familia de talante conservador y clerical, la irrupción de la guerra civil española supondría todo un impacto emocional para Molina. Durante el conflicto bélico fueron asesinados cuatro de sus hermanos „tres de ellos sacerdotes, más una monja„, por lo que decidió defender sus convicciones ideológicas de siempre más allá de 1939, una vez acabada la contienda.

Camino a Leningrado

Molina se enroló en la llamada División Azul, el ejército de voluntarios que se alistó para defender la causa nazi en la segunda guerra mundial, concretamente en el cerco de las tropas hitlerianas a Leningrado, la actual San Petersburgo. Su envidiable condición física, heredera de su etapa futbolística, no le hacía desentonar en un pelotón con una media de edad considerablemente más joven. Así, en el verano de 1941 formó parte del ejército que, desde la base alemana de Graffenworth, cruzó a pie más de 1.400 kilómetros hasta llegar al cruento escenario de Leningrado. En el verano de 1942, año en el que el Valencia conquistó su primera liga, a Molina se le presentó la oportunidad de ser relevado y volver a España, pero decidió continuar en suelo soviético.

En julio de 1943, cuando trasladaba en un side-car a un oficial alemán, falleció al ser alcanzado por un obús enemigo. Sus restos fueron enterrados en el cementerio divisionario de Mestelevo, en una área del extrarradio sur de San Petersburgo, ahora conocida como Kommunar. La ubicación de su fosa común se desconoce, al borrarse el rastro con la retirada nazi y la victoria final de Stalin.

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