Con los chicos de la casa al mando, alentado por el amor propio de Alcácer y Gayà, el Valencia recuperó la épica de sus mejores tiempos, aquella que reclamaba Gary Neville el día de su presentación. El tipo de orgullo que te permite equilibrar un duelo ante un rival tan pletórico y tan superior durante muchas fases. Pero Voro confirmó su idilio al frente de este equipo, desintoxicó a los jugadores del entrenador anterior y movió sus piezas con habilidad. Se trataba de llegar vivo al final, agitar el árbol con la entrada de Bakkali y Piatti y esperar una genialidad. Llegó de Alcácer, un delantero de una pieza que necesitado de un partido soberbio como el de ayer para espantar a quienes lo consideraban un atacante de bolsillo. Un punto de oro para el Valencia. Un punto de inflexión para saber por qué ha de sentirse en el campo tan importante como marca su tradición. Soltar amarras respecto a un Nuno muy dañino por sus arbitrariedades en los últimos meses. Y volver a volar a lomos de unos jóvenes de la mano experta de un banquillo que convierta su talento individual en colectivo.

Al echar un vistazo a las alineaciones, el alma valencianista se caía a los pies. Uno por uno, todos los duelos de los futbolistas de Voro con los de Luis Enrique caían del lado azulgrana.

Habían pasado tan solo cinco minutos y el Barça había dispuesto de dos ocasiones claras de gol. Y no porque el Valencia hubiese salido tímido ni acomplejado sino porque Neymar, pegado a la línea lateral izquierda, había abierto una brecha que se antojaba definitiva, aprovechándose de la debilidad del central Vezo en el oficio de lateral derecho.

Pero la grada apeló a las raíces sentimentales. «Units com sempre des de 1919 al teu costat», rezaba la pancarta gigante. Y Mestalla advirtió que su equipo era otro, en lo anímico y en lo futbolístico. Liberado de la inanidad de Nuno. Aliviado por las órdenes de Voro de sentirse también protagonistas ante un Barça tan colosal como se presumía. Por momentos, el Valencia presionó a la zaga azulgrana, se desplegó por las alas, sobre todo la izquierda y se hizo respetar. Los futbolistas parecieron distintos a quienes cayeron ominosamente en el Sánchez Pizjuán. Alcácer jugó con autoridad, casi siempre de espaldas a la portería contraria porque no tenía más opciones. Gayà cerró con un rayo para evitar varios goles visitantes. Parejo recobró la serenidad para esconder el balón ante los maestros azulgranas. Enzo Pérez enseñó la patita de la jerarquía que se le suponía. Y Rodrigo de Paul, olvidado hasta la humillación por Nuno, lució regate, pase con el exterior y generosidad en el esfuerzo. ¿Cuáles eran las razones para su ostracismo?

En los últimos minutos de la primera parte el Barça fue los Harlem Globetrotters. Iniesta desplegó su manual de toques y el Valencia, cada vez más asfixiado, trató de alcanzar indemne la orilla del descanso. El cuadro de Luis Enrique abre tanto el campo que es imposible taparle todas las salidas.

Tras el descanso, el Valencia entendió que debía dosificar las escasas energías restantes. Trató de enfriar el partido. Y se metió en su campo ordenadamente con dos líneas defensivas: una de cuatro y otra de cinco.

Así hasta que irrumpió Luis Suárez tras una pared con Messi y arrancando en posición de fuera de juego. Lo intuyó Gayà en sus protestas y lo certificó la televisión. Después Luis Suárez sacó esa fiera que lleva dentro y pudo con todo: la tarascada por detrás de Abdennour y la pantalla de Jaume, que no tapó bien su palo.

Al conjunto de Voro parecía quedarle un vía crucis hasta el final del encuentro, bailado por la enorme superioridad técnica blaugrana, bañada ahora por la tranquilidad del gol de Suárez. La entrada de Bakkali por un desfondado Enzo Pérez le dio aliento al Valencia. Rodrigo De Paul pasó al mediocentro y disfrutó de la mejor oportunidad de su equipo hasta esos momentos. Un quiebro a Piqué y un disparo que se quedó corto. Alcácer estaba solo a su lado, en mejor disposición para marcar.

La última bala de Voro era el pequeño Piatti. Dos diablillos, el argentino y Bakkali, para revolucionar el tramo final. Precisamente el extremo de origen marroquí iba a encender la mecha. Recibió en campo propio un pase bien corrido de Danilo Barbosa (el joven mediocentro brasileño también ofreció su mejor versión hasta la fecha), oteó el horizonte y vio a lo lejos a Paco Alcácer, rodeado de defensores. Como tampoco había muchas más opciones, Bakkali optó por enviar largo a la carrera del delantero valenciano. Alcácer se adelantó a los centrales, Piqué y Mascherano, acunó la pelota con el pecho, se dio una vuelta y vio cómo llegaba Santi Mina para ayudarle. El gallego reventó el cuero contra la escuadra de Bravo. El éxtasis se apoderó de Mestalla, que celebró el empate como una victoria. A la espera de recuperar a sus 10 jugadores de baja, el Valencia recobró el coraje. Y volvió al lugar que le corresponde.