El Valencia abandonó ayer Ipurua con una amarga sensación de incomprensión arbitral. Lucas Orban, muy tocado anímicamente, se erigió como la principal víctima. En el aeropuerto era tranquilizado por Phil Neville, mientras se repetía «es increíble, es increíble». El lateral argentino se vio perjudicado por una tarjeta roja directa, injusta a todas luces, al saltar en una disputa por alto con Dani García, y que González González interpretó en el campo y en el acta como un codazo: «En el minuto 63 el jugador (6) Orban Alegre, Lucas Alfonso fue expulsado por el siguiente motivo: Golpear a un contrario con su brazo de manera violenta en la disputa del balón».

La frustración de los jugadores tras acabar el encuentro era notoria. Shkodran Mustafi, una de las voces más autorizadas del plantel, exclamaba que los colegiados «no respetan» a un equipo etiquetado de «joven e inexperto». Hasta los mismos jugadores del Eibar reconocían sobre el césped el exceso en la sanción de una acción que no era ni falta. El club ya ha anunciado que recurrirá la tarjeta. En los minutos siguientes, el colegiado compensó al Valencia llenando de tarjetas al Eibar hasta la expulsión, ya en el descuento, de Iván Ramis.

El calvario de Orban no se limitó al arbitraje. El exlateral de Girondins, poco expeditivo y sin las necesarias ayudas, se vio desbordado con la superioridad en banda del Eibar, que entre las reducidas dimensiones de Ipurua siempre encontró yardas disponibles por mediación de Keko y Capa, dos de los ejemplos de la planificación sostenible con la que el Eibar sobrevive en la elite. El primero, un extremo con episodios prometedores en las categorías inferiores de la selección y fichado gratis tras ganar experiencia en el Catania y destacar en el Albacete. El segundo, un lateral de la casa que ha participado en la fulgurante escalada de Segunda B a Primera. Entre los dos torturaron al Valencia de los 140 millones en fichajes.