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Tiempo de juego

Respetemos la bandera

Respetemos la bandera

Gary Neville vive incómodo, angustiado por momentos. Pudiéramos pensar que, ese malestar, viniera provocado por el hecho de no conocer la victoria en Liga desde su llegada, a principios del mes de diciembre. No sería de extrañar tampoco que, debido a la barrera del idioma, la dificultad para comunicarse con sus futbolistas también le produjera alguna que otra jaqueca.

Debe resultar irritante para alguien que llegó a Valencia con el cartel de ser un magnífico comentarista de televisión, verse envuelto en un mar de incomprensión. Rodeado de miradas perdidas, rostros atónitos y gestos que piden auxilio. Gary se refugia en el banquillo con Phil, para juntos revisar sus anotaciones. Algo no marcha bien. Neville se impacienta y abandona su asiento para petrificar su cuerpo sobre la línea de cal discontinua que delimita el área técnica. Busca cómplices sobre el césped, interlocutores para su mensaje. Pero nadie mira a Gary y el último recurso que le queda al novel técnico, es realizar leves aspavientos. Apenas separa los brazos del tronco; la impotencia le resta fuerzas.

A Gary le molesta todo. Le desquicia que cuestionen su figura. Él es Gary Neville, nacido en el país donde dicen, se inventó el fútbol. Él es Gary Neville, miembro de la mejor generación de futbolistas que dio el Manchester United. Él es Gary Neville, el hombre elegido por Peter Lim. A Gary le incomoda ser preguntado por el mercado de fichajes, a su parecer, un mercado «inútil». A Gary le molesta que se ose cuestionar su continuidad: sabe cuándo Mestalla quiere echar a un técnico y a él todavía no le han cantado. «Es ridículo». Gary no entiende las críticas.

Para Neville, las derrotas solo son fruto de la mala suerte. Su presencia produce desapego y sus comparecencias únicamente sirven para que, días más tarde, tenga algo que matizar. «Hoy dormiré tranquilo», fue el último despropósito del entrenador, alejado de la realidad que lo rodea, ya sea por desconocimiento de la historia u omisión. Esa manifestación pública, esa tranquilidad, ese desafío vienen a confirmar que a Gary lo único que le desvela es su propia imagen. No se ruboriza por la involución. No se avergüenza por los malos resultados. Ni siente ni padece; tiene la conciencia tranquila.

Seamos serios. Este club, casi centenario, merece un mayor respeto. Su llegada primero, y ahora su continuidad, son un despropósito. Uno más, algo dramático. Reflexionen. Esta institución, no merece semejante trato. Pongámonos serios: Gary Neville no tiene derecho de réplica, ni está en condiciones de pedir explicaciones a tanta tensión. Esto no es equipo de paso, ni tampoco una escuela de formación. Esto no es el Salford City FC. Esto es el Valencia CF.

La impotencia y la tristeza salen a relucir en cada partido. El equipo es un barco a la deriva, desprovisto de una idea de juego a seguir. No entiende de automatismos y cada 15 minutos luce un nuevo sistema. Es el fútbol de los futbolistas, cada uno sumando en lo que puede por su cuenta. Juegan por inercia, como niños que regatean entre los árboles. Temerosos e inseguros, destrozan los registros de pases dados en campo propio. El miedo agarrota todo su cuerpo. Ganar ya es solo un vago recuerdo. Antes de Neville, cinco puntos marcaban la distancia con la Liga de Campeones. Después de Gary, esos mismos puntos le separan del descenso. No sé si se han alertado: También se pierde en Mestalla.

Es tiempo de tomar decisiones, mucho más trascendentes que obtener la cesión de Siqueira. Eviten asomarse al abismo. Dejen de dar motivos a la gente para que pierdan el sentimiento de propiedad. Respeten al Valencia CF. Protejan su bandera.

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