El Valencia tiene graves problemas y uno de ellos es del capitán. En una temporada desastrosa, le faltaba el gafe del brazalete. Es la maldición que refleja la situación de un equipo desgobernado, sin referentes a los que aferrarse. Y cuando los hay, desaparecen por arte de magia del equipo. Unos estaban lesionados (Javi Fuego y Diego Alves), otro cayó en su estreno (Alcácer), otro falla goles cantados (Negredo) y el último en lucir la cinta, Mustafi, fue expulsado ayer por un penalti que transmitió muchas dudas.

Con Negredo en el banquillo, el internacional alemán era el siguiente en la lista después de Negredo. Mustafi es el futbolista que más méritos muestra en el campo para ejercer el rol de jefe: ordena las posiciones de sus compañeros y es el primero en acudir al árbitro cuando la ocasión lo requiere. Todo con una demostración de carácter. Su liderazgo sobre el césped duró 45 minutos. Barrió el césped para frenar a Messi, cuando este encaraba a Ryan. Iglesias Villanueva interpretó penalti y expulsó al alemán en el peor momento posible.

Gary Neville alteró el orden de los capitanes después del partido ante el Rayo (2-2) en Mestalla. Retiró el brazalete a Dani Parejo por no merecer los galones „ «fue una decisión de mutuo acuerdo», aseguró después el técnico inglés„ e incorporó a Alcácer y Negredo a la lista de Javi Fuego y Diedo Alves. Lesionados estos dos, Alcácer fue el elegido para portar la cinta con los colores de la senyera en el partido de Copa, en Mestalla, ante Las Palmas. El de Torrent no sólo no marcó (el tanto fue de Rodrigo), sino que sufrió un esguince de tobillo en la última acción del partido. Sigue de baja.

Negredo tomó el testigo en La Coruña. El vallecano se estrenó como comandante del Valencia con mejor suerte. Marcó el gol del empate en el descuento (1-1), pero desquició a Mestalla el domingo siguiente, ante el Sporting, con hasta cuatro goles errados solo ante el portero.

El gafe de la capitanía es una metáfora de los problemas del Valencia. Un equipo desgobernado, incapaz de enderezar el rumbo. Se respiró desde primera hora de la mañana. En el aeropuerto, a la hora del café. En el avión. En el hotel. La expedición del Valencia a Barcelona fue un cortejo fúnebre durante todo el día, como si cada uno de sus integrantes supiese ya, de antemano, que anoche tocaba visita al patíbulo. Las sensaciones que transmitió el Valencia durante toda la jornada fueron las mismas que las que ofreció sobre el césped del Camp Nou: un equipo indolente, sin alma, inconexo, absolutamente triste. Un grupo joven e inexperto, falto de líderes. Una cenicienta desde el momento en el que sonó el despertador. Sin sustancia, el próximo entrenador que se haga cargo del equipo tiene, entre otras tareas, la de encontrar un capitán. Y eliminar el gafe, si puede.