­La identidad del Valencia se entiende con la carismática presencia de jugadores de la casa desde Cubells a Albelda, pasando por Puchades, Claramunt, Fernando o Albelda, pero toma cuerpo con la herencia argentina y vasca que ha acompañado durante décadas a la entidad. Aritz Aduriz y Ernesto Valverde, baluartes del Athletic Club, rival valencianista en octavos de final de la Liga Europa, son los últimos exponentes de los leones que también hicieron historia en Mestalla. Una tradición alimentada con nombres como los de Mundo, Eizaguirre, Pasieguito, Zubizarreta o Mendieta.

Mestalla guarda un grato recuerdo tanto del delantero como del técnico. Aduriz, a sus 35 años, se encuentra en el mejor momento de su carrera, disfrutando con goles de la vitola de estrella en el equipo en el que dio el salto a la elite. Aritz, con buenas temporadas en Valladolid y Mallorca, llegó a Mestalla en 2010, con el perfil bajo de un club gestionado de modo tecnócrata en el que las grandes figuras (Mata, Villa, Silva) eran vendidas para absorber la asfixiante deuda. Roberto Soldado fue quien asumió desde el principio el hueco de la titularidad dejado por Villa. Una realidad a la que Aduriz se adaptó con una profesionalidad ejemplar y sin emitir queja alguna. Tuvo su turno en partidos de Copa y primeras fases europeas y fue la alternativa más utilizada, por el poderío de su juego aéreo para desatascar encuentros en las segundas partes. Los números así lo corroboran. En 84 partidos oficiales, 46 de ellos como titular, Aduriz anotó 23 goles repartidos en 4615 durante dos temporadas. En 2012 su venta al Athletic, que buscaba un sustituto para Llorente, no despertó titulares ni movilizaciones populares en contra. Aritz regresó a casa por 2´5 millones, una cifra que se antoja ridícula con el rendimiento ofrecido en San Mamés y que ha generado el debate sobre su conveniencia de ir a la selección.

No era fácil la papeleta de Valverde cuando aterrizó en Mestalla, en el invierno de 2012, para suplir a un equipo al que Mauricio Pellegrino no había podido dotar de estilo. Con trabajo y sobriedad Valverde fue recomponiendo las piezas y recuperando la normalidad y el potencial real del bloque blanquinegro. Sobre dos apuestas suyas retrasar a Parejo como 5 para facilitar la salida de la pelota, y colocar a un Banega más fino físicamente cerca del área, el Valencia comenzó a carburar. Cuajó el reciclaje de Guardado como lateral y Soldado definía a placer. El equipo remontó posiciones y acarició la cuarta plaza. Todo apuntaba al inicio de una gran amistad, pero la incertidumbre societaria del Valencia, y la llamada del primer amor rojiblanco, fueron decisivas para que Valverde no renovase.

Aritz y Ernesto regresan a Mestalla para ampliar a Europa la historia de uno de los grandes clásicos de la liga.