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Entrevista

Óscar Rubén Valdez: "Juego partidos en sueños"

Óscar Valdez, de 69 años, repasa sus ocho temporadas como extremo zurdo del Valencia así como su etapa de entrenador: los éxitos con el juvenil y el filial valencianista y el fiasco del primer equipo descendido en 1986

Óscar Rubén Valdez: "Juego partidos en sueños"

A Fernando Gómez Colomer, que fue jugador suyo en el Valencia juvenil, le extraña que usted no tuviera una carrera más exitosa de entrenador. ¿Qué pasó?

Eso mismo se pregunta mi mujer. El juvenil sub 18, el sub 19 y también el Mestalla jugaban de maravilla. Yo era una prolongación de ellos, de los jugadores. No era un entrenador. (El extremo izquierdo) Fenoll embarazó a su mujer y yo le dije que se casara. Si no tienes un acompañante, en el fútbol te mueres. Amigos vas a tener un montón si juegas bien. Pero luego está lo otro: discotecas, heroína€Cuando apartaba dos semanas a un jugador, el presidente, el doctor Tormo, me llamaba la atención. De tan bien que jugaba aquel sub 19, me aburría, no tenía nada que decirles. En el curso de entrenadores te dicen que, aunque lo hagan muy bien, has de corregirles. Era una diversión ir a entrenar a aquel juvenil de Fernando y Fenoll.

Después, en 1985, dirigió durante seis meses al Valencia que acabó descendiendo. ¿Lo pagó?

No. Soy una persona independiente. Hago lo que quiero. Cuando cogí al Valencia en el 85 estaban Cuixart, Ferrando, todos los del Mestalla, ¿tú te crees que puede haber un equipo así?, ¿nadie se dio cuenta?, ¿con qué vas a jugar? Los dos extranjeros eran Urruti y Cabrera. Ni goles ni saber jugar. Y el malo era yo. ¿Qué quieres ganar? Después vino el holandés, con los pantaloncitos hacia arriba, pequeñito, Sánchez Torres... Después me fui a entrenar al Gandía y al Almería. Yo no tenía agente ni nada. Los chavales del Almería me decían: «¿Por qué vino aquí? Esto es una mierda». Me pagaban con televisores.

¿Cómo empezó a jugar?

Cuando tenía 13 años me daban un dinero y yo se lo daba a mi madre. Jugaba tres o cuatro campeonatos en un día en el potrero. Mi padre era metalúrgico. Me lesioné el menisco antes de venir acá.

¿Cómo llegó al Valencia?

Me quería el Atlético de Madrid, pero Alfredo Di Stéfano mandó al secretario técnico del Valencia, Sánchez Lage, a mi casa. Yo vivía en San Justo, un pueblo de Buenos Aires. Y mi equipo, el Platense, está en pleno centro, en Belgrano. A un kilómetro de la cancha de River Plate. Di Stéfano me conocía porque había sido campeón como técnico de Boca. Él me trae en el 70 para ganar la Liga.

¿Cómo era Di Stéfano?

Alfredo era un fenómeno. Puro fútbol. Nadie se le parece. Se levantaba a las ocho de la mañana e iba a entrenar después de haberse metido una botella de whisky con un amigo. El primero que estaba en el entrenamiento era él. Hablaba de otros los jugadores, Pipo Rossi, Labruna, Lousteau, que para él eran una cosa de locos. La Máquina de River. No era hablador: te decía cuatro palabras. Y no dejaba entrar nadie a un vestuario. Yo, cuando fui entrenador, cometí un error con Tormo porque permití que entrara en el vestuario. Di Stéfano llevaba la misma pizarra a los hoteles.

¿Cómo era el Valencia campeón de Liga del 71?

Divino. Le dije una vez a Paquito (el mediocampista que después dirigió al Villarreal): «Dame un balón porque estoy aquí de extremo izquierdo mirando la línea blanca». Y él me dijo: «No te preocupes, cuando la coges tú, nosotros descansamos». Y así era, la cogía y me iba como una bala porque estaba hasta los huevos de estar ahí. Con el balón, limpiaba al lateral, iba al fondo y servía; o entraba por dentro y gol. Entrenaba solo para eso. Teníamos buena defensa por arriba y pegaba: Sol, Jesús Martínez, Aníbal y Antón. Después también estaba Tatono. En el centro del campo: Claramunt, Pellicer, Paquito y Forment (a quien le rompió la pierna Aguirre Suárez en Granada). Al Enrique Claramunt le di una cachetada en un entrenamiento y Alfredo nos mandó a la ducha. En la ducha, me voy a por su hermano Pepe y nos enfrentamos. Yo hablaba muy argentino y no me entendía. Él se juntaba con los valencianos y a los demás ni nos hablaba. Ahora bien, en el campo, veía a Pepe y pensaba: «Ganamos». Jugaba hacia adelante, un adelantado a su tiempo. El mejor medio que he visto en mi vida. Fernando, que veía muy bien el fútbol, era menos veloz y tenía menos recursos. En la selección hablamos Claramunt y yo: «Esto no puede pasar». Y se arregló. Hace dos meses fuimos a comer y es la primera vez después de tantos años que estuvimos reunidos. Había una rivalidad.

¿Su mejor gol?

Al Sevilla le hice un gol desde el medio campo con la derecha al ver tan adelantado al portero y sin poder cambiar de pierna porque me estaban achuchando. En mi vida le había pegado de derecha. Pero el mejor gol fue una noche, contra el Racing: Saura avanza por la derecha como extremo, lo adelanto por el otro lado, me centra y, antes de entrar al área, la empalmo de volea a la escuadra contraria. Me dio tanta felicidad porque le di justo en el empeine para que fuera donde quería que fuera el balón.

¿Los mejores jugadores?

Kempes, Repp y Keita. Kempes era potente y buscaba pegarle desde fuera del área. Repp era muy rápido y muy buen extremo, pero no le iba bien la cabeza. Y Keita era muy buena persona y buen jugador. Estaba jodido porque no le hacía gracia que le dijeran negro a cada rato.

¿Le ha dado muchas satisfacciones entrenar a niños?

En 2002 monté la escuela de Picanya en un terreno alquilado al Ayuntamiento del pueblo. Funcionó 10 años. Lo que más me ha gustado ha sido enseñar a niños, no entrenar. Pero no pude hacerlo porque estoy harto de los padres. Son un veneno. Una vez les dije a los padres: «Hacéis herejía con vuestros hijos». Les dicen: «Pégale una patada y mátalo». Yo quería unos valores. Y eso es por lo que pagan un dinero. Son los padres míos y los de los contrarios. Voy por el exterior del campo y los voy oyendo. Dice uno a su hijo de 12 años: «Si te hubieses acostado más temprano». Es una cosa de locos.

¿Se siente bien tratado por el Valencia?

No. ¿Viste mi homenaje? Yo tampoco. Ahora ya no lo espero. No tienen una balanza que diga cuál es el mejor o quién merece un homenaje y quién no. No tendrían por qué ocuparse de los exjugadores. Aquí no quieren a los veteranos. Siempre veo a Guillot y a los hermanos Huerta en el bar de los veteranos. A un veterano de 70 años no le haces caso. ¿Por qué el anciano habla tanto? Porque no lo escuchan, por eso lo repite. Nosotros ya pasamos y punto, que te recuerden que has sido bueno y ya está. Y a mí me gusta que el Valencia mejore. El día que ganaron al recuperar la categoría (1987) y los aficionados se tiraron al campo, yo estaba en la tribuna y pensé: «Eso ¿por qué no lo hicieron el año anterior? Y no habríamos bajado. Si te veo sacar los pañuelos, no es lo mismo.

¿En su época también abucheaban a los jugadores como ahora a Parejo?

Parejo es un buen jugador. Lo critican por su forma de jugar. Antes eran de pañuelos y trajes. Ahora son grupos que vienen a cantar y gritar. Antes, de gritar, nada. Mestalla es una afición de ganador. Cuando juegas mal, hay que animar. En cualquier deporte, animan al deportista. Si tu equipo es malo, lo has elegido tú. En Argentina, mi hermano jugaba en Argentino Juniors, yo en Racing de fútbol sala, y aquel Argentino Juniors encajaba muchos goles, pero la gente siempre estaba con el equipo. Al jugador, nada. Aquí no se defiende al jugador. La primera vez que fui a jugar a Sevilla, movían el campo. A ti te reputeaban y eso significaba que estábamos jugando bien.

¿Cómo le fue en la selección española?

No fuimos al Mundial del 74 por el gol de Katalinski. Jugué nueve partidos e hice cinco goles. Después de Alfredo Di Stéfano, soy el segundo goleador más efectivo de la selección. Jugué toda la calificación: contra Grecia y contra Yugoslavia.

¿Cómo era Kubala?

Como tu padre. Lo único que le gustaba era jugar, coger el balón y jugar. Ayudaba a sus paisanos húngaros de Madrid a salir de la pobreza. A mí me hacía masajes cuando iba a jugar o a entrenar.

Le entrenaron los dos grandes jugadores de aquella época, Di Stéfano y Kubala.

Sí, Kubala siempre estaba jugando. Y Alfredo también, le gustaba el tenis con balón: hacíamos unos campeonatos de tenis con balón...

Di Stéfano tenía fama de juerguista.

Con la mujer que tenía, eso era muy difícil. Te cuento una anécdota. Había un directivo del Mestalla que tenía una tienda de ropa. Era un alcahuete. Se fueron los dos a cenar, tomaron whisky y, a la mañana, cuando Alfredo viene a las nueve y se cruzan, el directivo le dice: «¡Qué, tigre!». «¿Quién mierda te conoce, hijo de puta?», le responde. Yo ya tomé, pensó Alfredo, ahora estoy en la faena.

¿Ha cambiado mucho el fútbol?

El fútbol no cambia nunca, lo que cambian son los jugadores. Ahora ha evolucionado mucho la medicina y la preparación física.

¿Qué es lo que más le ha gustado en la vida?

Jugar, jugar, más que entrenar. Sueño mucho con jugar. Juego partidos en sueños. En la realidad, todavía juego pádel y con los chicos al fútbol. También salgo en bicicleta. Me jodió lo de la pierna: tengo una prótesis en la rodilla desde los 64 años, pero voy como una moto, puedo jugar y todo. Es difícil dejarlo, retirarse. Lo superé entrenando. Era un reto cuando veía a los entrenadores. Me saqué el título de entrenador en Girona. Paquito estaba allí de profesor.

¿Con qué clase de entrenador se identifica?

No me gustan los ademanes en los entrenadores. Me gustaba mucho Beckenbauer, tanto de jugador como de entrenador. El jugador debe ver al entrenador que mantiene el control. ¿Qué va a pensar el jugador si ve al entrenador tirarse al suelo y cogerse la cabeza? Pero entrenar no es nada. Kempes, Maradona€ todos los fenómenos no entrenan y van a 2.000 kilómetros por hora. Maradona no hacía una flexión ni soñando.

¿Cómo era usted como entrenador?

Parco en palabras. Sin engaño. Me encantaba hablar fuerte a los jugadores: cosas que se hacen y no se hacen. Y pruebas: dar ejemplo.

¿Fue un oriundo?

Juré cuatro veces la bandera española. Tuve que pasar por ignorante en el jucio: «Yo vengo aquí a jugar y no sé si estoy en Madrid o en Barcelona», me dijo mi abogado que dijera. Te buscaban un familiar español para nacionalizarte rápido, pero en mi caso era verdad: tengo una abuela española.

¿Ganó dinero?

Mucho, cuando llegué, me instalé en el hotel Inglés porque no había llegado el tránfer, después me llevaron a Chiva. Y en el hotel Inglés esperamos un mes, entrenábamos detrás de Mestalla en campo de tierra, rodeados de la huerta. Me dieron 80.000 pesetas. Estaba la presidenta de Platense (me hicieron una recepción en Argentina porque con ese dinero, 15 millones o por ahí, iban a pagar sus deudas). Hice así y tiré los billetes al aire y caían como en las películas. Pero yo quería jugar y no podía. Fui a ver a Alfredo y me convenció para quedarme. Mi hija, que ahora dirige la escuela de fútbol de Picanya, tenía tres años. Lo mío no era el gol, sino el desborde y el pase. Me atrevía a cualquier cosa porque tenía tan buenos jugadores alrededor. En defensa, también ayudaba. Una vez vino el actual seleccionador, Del Bosque, un gran cabeceador, y cuando iba corriendo a cabecear un córner, vine para la portería y le di con el hombro con toda la fuerza.

¿A usted le pegaron mucho?

A mí no me dieron mucho. No tuve grandes lesiones. El central Benito, del Madrid, era durísimo. Aguirre Suárez y Jiménez, otros dos. Y aquí, en el Valencia, Aníbal y Vidagany.

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