En 22 años de cronista uno no había asistido a un ridículo como el protagonizado anoche por Gary Neville. Tras la autoexpulsión de Aderlan Santos y con el 1-2 en el marcador, el técnico se disponía a dar entrada a Abdennour para cubrir el vacío en el centro de la zaga. El público montó en cólera y exigió el cambio previsto antes de la expulsión: Negredo. Neville, ese gran líder, se plegó entonces a la petición popular. Esa es la personalidad del entrenador del Valencia. En esas manos está el club más laureado y querido de los valencianos. El equipo ya se había desplomado y poco habría variado un cambio de otro, pero sí es muy sintomático de la clase de técnico designado por el millonario de Singapur. Al medirse a dos rivales poderosos, el Athletic y el Atlético, Neville se ha estampado contra la pared. El Valencia existió anoche hasta la lesión de Cheryshev. Él y Alcácer amenazaron a la mejor defensa de Europa durante una hora, bien ayudados por Siquiera. Significativo: los destacados del encuentro fueron los dos fichajes de invierno de García Pitarch y el otro, el capitán, fruto de la cantera. Así planificaron Nuno y Mendes esta plantilla. Con defensas de la talla de Aderlan Santos, más propios de la Segunda portuguesa.

El sainete de Gary Neville eclipsa todo lo demás. También la prometedora sociedad entre Alcácer y Cheryshev. Sin poder siquiera ni rematar a puerta, Alcácer, un nueve puro, había firmado las dos pequeñas obras de arte de la primera parte. Las dos dejadas a Cheryshev. En la primera amortiguó de cabeza el centro desde la izquierda de Siqueira. Un servicio en diagonal que quebraba la zaga rojiblanca, permitiendo el control con la zurda y el disparo cruzado de Cheryshev a gol. En la segunda fue un centro pasado de Feghouli desde la derecha. Acudió Alcácer, de espaldas al punto de penalti, y, viendo con el rabillo del ojo la entrada otra vez de Cheryshev, le envió un sombrero para abrirle otra vez el cielo al hispano-ruso, menos afortunado en el remate en esta segunda ocasión.

El dominio del centro del campo del Atlético en los primeros 20 minutos resultó abrumador. Después sucedió algo que pasó inadvertido. Saúl barrió impetuosamente a Feghouli cuando este entraba en el área. El árbitro señaló córner. Los rojiblancos están acostumbrados a jugar al borde del reglamento. Y normalmente el reglamento les favorece. A continuación, Javi Fuego sufrió una emboscada de dos atléticos mientras el valencianista trataba de salir con el balón (esta vez no era Parejo, sacrificado por un espíritu más conservador del entrenador). Vietto le cedió el cuero a Griezmann y este, desde la frontal, soltó un zurdazo muy seco y ajustado al palo. El Atlético te obliga a jugar al pelotazo. Y las carencias de Aderlan Santos quedaron a la intemperie.

El Valencia equilibró fugazmente el choque tras la reanudación. Mientras estuvo en pie Cheryshev. Sin el impulso del interior ruso, el Valencia se fue desinflando a medida que Simeone iba añadiendo dinamita a su ataque: Torres y Carrasco. Se juntaron el hambre y las ganas de comer. No hay equipo peor que el Valencia para defenderse de la estrategia. Ni uno mejor que el Atlético para atacarla. Sacó el córner Gaby, cabeceó al primer palo Giménez (esa bestia) y remachó al segundo poste Torres. El Valencia estaba ko, pero Santos era capaz de enterrarlo antes de hora con una entrada por detrás a Torres. De la expulsión nació el bochorno del entrenador en la sustitución de Negredo y la esquizofrenia de la grada, coreando el nombre de un jugador que no ha sido precisamente el salvador de nada. Carrasco redondeó la feliz noche de Simeone dejando en evidencia a Diego Alves, que mandará mucho pero para más bien poco.