El partido confirmó los presagios estadísticos con los que llegaban Valencia y Atlético al partido. Los del Cholo Simeone encadenaron su sexta victoria en sus últimos siete desplazamientos. En cambio, los blanquinegros mostraron de nuevo el signo más deprimente de todo equipo en decadencia, como es no hacer valer su condición de local. Por historia, aforo y el tradicional potencial del Valencia, Mestalla era uno de los estadios más intimidatorios del campeonato, un valor seguro. Nada más lejos de la realidad. Los valencianistas sólo han ganado uno de sus últimos nueve partidos como anfitriones. Mestalla se queda sin hechizo y la afición cada vez más resignada.

El encuentro dejó otro saldo ya conocido, como la quebradiza resistencia de la defensa del Valencia, una hemorragia sin fin. Ya son 18 partidos seguidos en los que los valencianistas no han podido dejar su portería a cero. Y todo con el irritante añadido de encajar un nuevo tanto a balón parado, en el segundo gol del Atlético: un córner en el que Fernando Torres empujó la pelota a placer desde el segundo palo.

A las dificultades para sacar la pelota jugada desde atrás, se unieron otros defectos habituales, como la temeridad de Santos (encima, expulsado) en cada despeje, o los goles rivales originados por pérdidas en zonas peligrosas, en el inicio de la jugada y con todo el equipo desplegándose. Esta vez pasó con Javi Fuego. Como ya sucedió ante el Athletic, el 1-2 desencadenó una desconexión colectiva, con todos los síntomas de un equipo enfermo.