Por muy sofisticado y científico que se quiera vestir al fútbol, la definición de todo equipo pasa por valores intangibles como la actitud, el tesón, la perseverancia. Mestalla, que se ha pasado añorando toda la temporada que el Valencia respondiese a un estilo que frenase el desarraigo acelerado en el que se ha sumido la institución, vivió un particular «back to basics». El regreso a la esencia combativa de la que no hubo rastro alguno en el derbi ante el Levante UD, y convocada hoy también desde la grada con el mosaico en honor a los campeones de Copa de 1949. El gol de Epi ante el Athletic, el epílogo perfecto de la década de los 40, la del equipo «bronco y copero» de la delantera eléctrica. Aquel tiempo pasado que siempre fue mejor.

El Valencia respondió a ese ruego melancólico con una salida en tromba con la que acorraló al Athletic, uno de los conjuntos más complicados de intimidar de toda Europa y que esta noche, saliendo rebotado de cada duelo individual, sin poder salir de las cuerdas, se perdía en protestas al colegiado italiano Orsato. La grada, que realmente necesita poco para conectarse, que olvida con facilidad toda afrenta —este curso ya se coleccionan unas cuantas—, agradeció la voluntad de los locales y animó sin reservas, salvo algún pequeño lunar, como la división de opiniones con la que fue recibido Parejo en la segunda mitad. No era una noche para manías. La vitamina anímica fue llegando, no solo a base de goles, sino con el rugido provocado con cada saque de esquina a favor, con cada oportunidad a favor. Hubo hasta destellos de originalidad. En la reanudación, desde la grada de animación se desplegó la pancarta «senyor pirotècnic, pot començar la mascletà», seguido de la explosión de centenares de globos que crearon un efecto sonoro que recordaba a la explosión de «tronaors» —alguno real también sonó—.

Todo el equipo tuvo su redención. Jugadores como Vezo, Rodrigo, Danilo o Aderlán, señalados por su intermitente personalidad, metieron la pierna y rindieron a gran nivel. Tras perdonar hasta en tres ocasiones la sentencia, el gol del 2-1 Aduriz —siempre Aduriz—, precedido de una mano de Susaeta, resultó otra prueba de madurez en una noche abocada a sortear obstáculos. Los que imponía el rival y el de los deméritos propios, con Gary Neville retardando excesivamente la entrada de Paco Alcácer, cantada a gritos por todo el estadio.

El partido murió en campo rival, con el Valencia sin regatear ningún esfuerzo. Con tal despliegue, caer eliminados es un mal menor. Se ganó otra batalla, la de recuperar un equipo del que sentirse identificados. Una reconciliación desde la que volver a empezar.