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Un entrenador canino

Un entrenador canino

Las excelsas efemérides se han ido juntando estos días a son de charanga y borinot el que no bote. Un poco de orden.

Hace 97 años el Valencia se fundaba a monedazo limpio, es probable que sin saber todavía que 97 años después acabaría incorporándose al programa Erasmus de entrenadores europeos. El club ha avanzado mucho en la autoconsideración de su historia: ahora ya conocemos dónde estaba el punto fundacional, el Torino original, durante tantos años desplazado por error unos metros más allá, pura metáfora de esta nostra entitat, cuyo sino -una búsqueda frenética de la victoria- no deja tiempo para remilgos vintage. Y sigo. Efeméride todavía más pomposa: hace 19 años, corría 1997, Leandro Machado, el elefant de Florianópolis, culminaba una goleada en el Calderón dejando un recado en un fondo, con un cartel de Antena 3 de testigo -pareció un acto promocional del canal de televisión, orquestado por Paco Roig-. Simuló orinar y el acto se convirtió en una profanación. Qué escarnio, vociferó el Atlético. Cuando a un delantero solo se le recuerda por una celebración el retrato de su trayectoria es definitivo.

Leandro, sin tampoco saberlo, estaba marcando territorio, delimitando. Un hito en una pelea jerárquica que, casualmente desde entonces, se desequilibró a favor del Valencia. Los peores años del Atlético concursal coincidieron con el esplendor mayor en el Mediterráneo. Se cavó una buena zanja entre la tercera y la cuarta plaza en la clasificación histórica. Pero la balanza, aquí las evidencias, se invirtió. Lo peor no es el simbolismo de ver cómo el Atlético con dosis de potra pasaba a cuartos de Champions mientras el VCF incapaz caía, pese a hacer méritos, sin poder alcanzar los cuartos de Europa League. Lo peor es que hay un equipo sabiendo a dónde va y otro que no tiene la menor idea.

¿Quién lo guía? La última noticia que el valencianismo ha tenido de su propietario -una agenda tan repleta como para perderse el último partido europeo del Valencia hasta al menos mediados de 2017- ha sido a través de un vídeo del entrenador canino César Millán, regalándole unos calzoncillos de Cristiano Ronaldo, firmados, a su amigo Peter Lim. Una anécdota sin importancia, solo un ji-ji-ja-ja. Lo que ocurre es que el Valencia parece instalado en la frivolidad constante y en lugar de aparecer destacado en las crónicas deportivas lo hace en las crónicas de sociedad.

Insiste la presidenta Layhoon en la necesidad de dejar de pensar tanto en el corto plazo y enfocar en largo. Su tarea didáctica ha tenido resultados. El valencianismo ya no se inquieta por lo inmediato, entre otras cosas porque le han quitado la oportunidad de rascar logro alguno en los próximos meses. Se conformaría, intuyo, con recuperar un club que en lugar de la frivolidad apueste por tener un plan serio. Viniéndonos arriba un club que incluso se arme en busca de las victorias, como la aspiración fundacional a la que olía ese bar donde empezó todo, mal ubicado en el recuerdo durante años y años.

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