La apuesta más arriesgada que Gary Neville ha realizado en su carrera deportiva ha resultado todo un revés. El técnico, de 41 años, regresa a Inglaterra con una experiencia que afrontó con valentía, casi de forma temeraria, y que ha acabado siendo traumática. Antes de aterrizar en Mestalla, la figura del mayor de los Neville era reverenciada en Inglaterra, con un prestigio inmaculado. Histórico capitán del hegemónico Manchester United y una incipiente carrera de comentarista televisivo que le hizo aumentar, más si cabe, su carisma, con una oratoria convincente y con una marcada ironía.

Aterrizar en Mestalla suponía enfrentarse a múltiples obstáculos. Su primera experiencia como primer entrenador iba a producirse en un campeonato en el que nunca había jugado y del que desconocía sus códigos culturales. A ello se añadía el agravante de tener que reactivar a un equipo en una profunda crisis de identidad y juego y la incorporación, además, se producía en pleno mes de diciembre, sin las bondades de contar con una pretemporada y ni de haber participado de la confección de la plantilla. Por último, su desconocimiento del castellano ralentizaba la transmisión a la plantilla de su urgente ideario.

La primera reacción de Gary cuando recibió la llamada de su buen amigo, y socio de negocios, Peter Lim, fue la de declinar la propuesta. Solo la insistencia y la persuasión del propietario del Valencia le hicieron cambiar de opinión. Lim, devoto admirador del Manchester United de primeros de siglo, mostraba una fe casi religiosa en la capacidad de Neville, al que consideraba el alumno más aventajado de la célebre «generación del 92» de Old Trafford. El magnate singapurés estaba convencido de que el ya exentrenador del Valencia reunía las condiciones para convertirse en un nuevo Alex Ferguson y que sus dotes de mando y estilo seductor harían reaccionar a la plantilla y minimizarían su inexperiencia.

Así pareció en las primeras semanas, en las que se vieron brotes verdes no correspondidos en resultados, pero sí en señales como empates meritorios ante el Real Madrid y cierta liberación mental del equipo. Nada más llegar Neville pronosticó que le costaría tres meses poner en forma física al equipo tras el paso de Nuno, pero los resultados y el rendimiento nunca fueron sólidos: demasiados goles encajados, sangría de lesiones, un debate de la capitanía que no contribuyó a la paz interna del equipo, así como la gestión de las sustituciones en las segundas partes. Un aspecto, criticado por la grada, que cortocircuitó el juego del equipo en los minutos finales de varios partidos y que ha representado uno de los argumentos técnicos más sólidos para decidir su despido.

Encantado con la ciudad

Gary Neville ha fracasado en el Valencia, pero no deja enemigos. Su impronta personal ha dejado un buen recuerdo en aquellas personas, desde empleados del club a nuevas amistades, que le han tratado en su corto periplo. De su carácter se destaca su sociabilidad, su buen sentido del humor y el apego a su familia, que se había trasladado por entero a Valencia. El entrenador se encontraba integrado en una ciudad de la que estaba encantado, tanto por el clima, la gastronomía y el carácter abierto de los valencianos. En los escasos momentos de tiempo libre, y entre sus lecciones de español, mostró inquietud por conocer otras poblaciones de la Comunitat Valenciana... Pero Mestalla le quedó grande.