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Nos quedann dos meses de aguantarnos

Mestalla i comboiet

Reinterpretando el éxito primaveral «Bon rotllo i comboiet» del artista multidisciplinar Eugeni Alemany (una canción de bis estratosférico: «Oh, cassalla i arroset / Bon rotllo i comboiet») las fuerzas vivas del valencianismo (a diferencia del Madrid, el Valencia no resucita a los difuntos) han consumado esta semana un akelarre unionista. Comboi frente a fracción. Ha despertado la militancia percatándose que de este atolladero sólo se sale tirando de músculo social, a imagen y semejanza de los últimos días del koemanato.

Qué impulso esa fotografía repleta de bufandas, liderada por tipos de gran tirón social como Blas Madrigal, Vicente Vallés o Kim Kho, capaces de reactivar al valencianismo simplemente posando juntos. Los tuiteros han cambiado el avatar por una imagen del escudo del club. Deberíamos haber puesto en el perfil de Twitter la cara de Phil Neville, representante fiel de las hazañas; capaz de integrar un cuerpo técnico con su único habilidad de mirar, capaz de sobrevivir al despido de su propio hermano.

Mestalla y comboiet. La hinchada despierta y concibe que tal vez el jugador número doce acaba teniendo mayor acierto a portería que los once restantes. El entrenamiento se puebla de supporters? Pero sin embargo -se queja el pueblo- Los Manolos solo terminarán reflejando reproches aislados contra Negredo y Feghouli, proyectando ante España la idea de un club en flama.

Podrá culparse, y será justo, a un engranaje mediático español con una diversidad en regresión. Empezó a perder su vínculo polideportivo (solo hace unos años programas como +Deporte fidelizaban mayorías) y ha terminado en un bucle donde Madrid y Barça acaparan los debates sobre el sexo de los ángeles. El protagonismo de clubes como el Valencia es tan escaso que sus apariciones se saldan a base de estereotipo. Y el del VCF de hoy es sinónimo de quejas y chapuzas. ¿Es un estereotipo injusto? No, no lo es. La gestión cochambrosa de Lim ha hecho de la transición a la modernidad solo un espejismo. No nos despistemos acusando a los de fuera, el problema está dentro.

Un entorno y un club capaz de ir de la mano no sólo como operación estética de urgencia. Un club cuyas decisiones están profesionalizadas al extremo y no se prestan al capitalismo de amiguetes. Cuando eso ocurra se podrá exigir que los estereotipos no señalen a esta SAD como chapucera y débil.

Ocurrió la temporada pasada en un Valencia-Atlético de tarde de sábado. Lim ya era el propietario. Se vivió una dosis de Mestalla y comboiet que mereció el reconocimiento unánime.

Cuando se escape de esta depresión recuperar aquello, en lugar de beneficiar a los amiguetes, debería ser el más importante de los objetivos. Comencemos hoy.

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