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Nos quedan dos meses de aguantarnos

A qué hora en Mestalla

Hagamos una encuesta para dilucidar a qué hora Mestalla quiere ir a Mestalla. Es probable que a ninguna. Hagamos un estudio concienzudo -hacedlo, quiero decir- que revele cuál es la hora con más porcentajes de triunfo en la historia de Mestalla. Tengo para mí que el intersemanal a las 20.45 h al Valencia le genera endorfinas mientras que el matinal de las 12h lo pone palurdo y pelín aletargado.

Lo que no soporta el aficionado, acomodaticios como somos, es la ruleta rusa de los horarios y que nos revienten las rutinas tal que el Valencia revienta los campeonatos al prójimo («el Valencia es un gran animador de la Liga», está a punto de decir Valdano). Uno de los grandes alicientes de la Champions resulta ser que siempre se sabe cuándo se juega. Solo por eso ya habría que hacer el gran esfuerzo de intentar jugarla y, en sacrificio hercúleo, evitar poner a un mono armado con una ballesta a entrenar al equipo. Paréntesis: ¿Pako ya es amigo de Peter?

Recuerdo el caso célebre del aficionado barcelonés al que le encantaba cada domingo por la tarde subirse desde las comarcas bufanda al cuello dirección al estadio. Tenía la costumbre de antes de llegar desviarse y acudir a su casa de citas tradicional. Retorcido él, llegó a contratar a una segunda prostituta cuya tarea era acudir al partido de fútbol y apuntar detalles que dotaran de gran realismo la falsa coartada del protagonista. Al acabar la faena se encontraba con la enviada especial al campo para que la transmitiera los lances del partido. No existía Twitter. Después volvía a casa y comentaba con la familia lo fallón que había estado esa tarde el delantero. La grandes oscilaciones horarias le perturbaron los biorritmos y fulminaron su hábito.

El mejor Mestalla posible, seamos claros, es un martes a las 20.45. A ser posible en primavera, entrando en el partido de día y viendo caer la noche de golpe, con unas vistas mejores que atender el atardecer en l´Albufera. Se me inflama la Magdalena de Proust, quizá porque bajo esas coordenadas se produjo el enfrentamiento contra el Leeds de Viduka y Kewell, un episodio redondo en el que marcar goles con el brazo parecía una gran opción. «A la final de la mano de Sánchez», titularon los más pérfidos. Esa noche mi madre se quedó fría y se le tensó la cara porque, haciendo un Peris Frígola, aseguró que Mestalla se iba a caer con tantas vibraciones. No deja de ser comprensivo y deprimente que ahora las olas se hagan por ganar al Eibar y afianzar la posición de Intertoto.

Pero quizá la mayor aportación de Mestalla al fútbol mundial -además de su brutalismo arquitectónico y su construcción parcheada- debe residir en sus horarios de madrugada. Si por nosotros hubiese sido el fútbol se jugaría a las 23.30 h y el Hablar por hablar tendría que conectar con el camp del València. La implantación de la franja horaria Mestalla en el fútbol fue una variante innovadora que hizo que mientras Europa dormía, en este rincón del mundo se empezara a jugar un partido. Siempre nos ha ido bien comenzando en una fecha y acabando en otra, con encuentros que comprendían dos jornadas del calendario. Descolocaba a los rivales, mal adaptados, para ellos un handicap tal que jugar a dos mil metros de altura.

Sea la hora que sea lo que Mestalla no aguanta es que un partido se haga plomizo. Ante cualquier aliciente emocional es capaz de escapársele una ola. Esa voluntad hiperactiva para ofrecer su amor es maravillosa.

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