­La brillante consecución del título de la Premier League por parte del Leicester de Claudio Ranieri ha conmovido al deporte mundial. En el valencianismo, sin embargo, la mirada se ha trasladado a casi dos décadas atrás, al trienio del técnico italiano en el banquillo de Mestalla, entre 1997 y 1999. Una etapa coronada con la conquista de la Copa del Rey en la Cartuja, que devolvía la grandeza competitiva al Valencia tras casi 20 años de sequía de títulos. La victoria sobre el Atlético de Madrid, por 3-0, tuvo además una factura estética impecable. Un arrollador equipo a lomos de Mendieta y el Piojo López firmó la final perfecta. El técnico italiano se marchaba tras levantar la Copa pero dejaba instalados los cimientos para que Héctor Cúper y Rafa Benítez culminasen, hasta 2004, la edad de oro del Valencia.

El recuerdo del legado de Ranieri no se limita únicamente a la anécdota. El Valencia se encuentra en un estado de indefinición que se asemeja mucho al equipo en el que aterrizó «el general romano» en el otoño de 1997, cuando sustituyó en el cargo a Jorge Valdano, destituido tras perder en las tres primeras jornadas del campeonato. Con una salvedad que no se debe obviar: el equipo de 1997 era una gran colección de talento individual (Romario, Ariel Ortega, Saïb, Marcelinho Carioca), que no llegó a solidificar como bloque. En contraste, el Valencia actual también carece de una definición plasmada en el césped pero, además, es inferior en calidad, con promesas todavía por cuajar y pagadas a precio de estrellas consagradas.

El reto del Valencia 16/17 no es exclusivamente deportivo, ya que también deberá abordar el riesgo evidente de desafección entre su hinchada, con la perspectiva de una temporada sin el aliciente de disputar competiciones europeas. El club deberá tirar de seducción para levantar el ánimo de una masa social que ha pasado de la protesta a la resignación. El partido contra el Villarreal fue todo un ejemplo. En la segunda parte, y con un 0-2 inamovible, un amplio sector de la afición optó por abandonar el estadio, con veinte minutos todavía por disputarse. Una desilusión patente que deberá combatirse para que la campaña de renovación de abonos no se vea afectada y condene a Mestalla a una media entrada.

Piojo releva a Romario

La sensación de que el Valencia debe redefinir su proyecto a fondo para recobrar un ánimo competitivo que conecte con la desengañada grada es uno de los puntos que enlazan con la obra de Ranieri. En aquel momento, el entrenador italiano descartó trazar una línea continuista y, desde cero, empezó un proyecto nuevo.

De esa manera, Ranieri podó el equipo de toda su idiosincrasia valdanista en una renovación traumática, sin medias tintas. Banderas como Ortega y Romario acabaron pasaron a un rol secundario o incluso abandonando el equipo. La apuesta por el toque fue virando hasta conformar un bloque granítico en defensa y feroz al contragolpe, para el que fueron requeridos actores poco utilizados como el «Piojo» López y Gaizka Mendieta. Veteranos como Milla, Carboni, Djukic y Angloma contribuían con honestidad y alto rendimiento.

La transformación no fue sencilla y el equipo tardó en adquirir su nuevo estilo. Incluso, llegó a ocupar puestos de descenso. Pero el método y las innatas dotes motivadoras de Ranieri causaron su efecto. Una victoria simbólica, con el 3-4 en el Camp Nou, ejerció de catarsis. El Valencia ya no pudo arreglar esa temporada pero su línea ya sería ascendente. Con el bloque ya compacto, Ranieri firmó una campaña 98-99 memorable. Un año largo, desde la victoria en la Intertoto a la coronación en la Cartuja. Entre medias, el Piojo mostró su aguijón en célebres duelos ante el Barça y el equipo acabó en puestos de Champions.

Las enseñanzas de la primera etapa de Ranieri llegaron intactas hasta el Valencia de Rafa Benítez. Tal como Pako Ayestarán recordó a Levante-EMV recientemente, aquel cuerpo técnico se encontró con una «cultura de club» ya instaurada, una cómoda autopista desde la que transitar hacia el histórico doblete.

Soler recurrió a Ranieri de nuevo para mitigar la marcha de Benítez. Pero aquel proyecto, aquel equipo, que ganó la Supercopa europea, compareció con la ambición saciada. Un fracaso que no amilanó a Ranieri, que en el Leicester ha acabado recuperando el libro de las viejas recetas que aplicó en Mestalla, el estadio que pide volver a empezar.

La cena celebrada a pocos días de ganar la Copa de 1999

«Seré el último en conocer el resultado. Quiero ver a mi madre, tiene 96 años, y me gustaría comer con ella». Claudio Ranieri, de 64 años, sacó a relucir su carisma para relajar el ambiente en torno al Leicester, en las horas previas a ser campeón de Liga. Ranieri aplicó normalidad, un rasgo de su carácter. En su primera época valencianista, a tres escasos días de jugar la final de Copa ante el Atlético, Ranieri se reunió con la Tertulia Vilanova, en el restaurante Kailuze de Alvaro Oyarbide. Allí asistieron Paco Lloret, Vicente Montesinos, Rafa Lahuerta, Alfonso Gil, Vicent Flor, Miquel Nadal, Paco Gisbert, José Carlos Ruiz, Pep González, Alfred Mondria, Miquel Nadal y Cayetano Ros.