«Siento satisfacción, por fin se ha conseguido, por fin se ha hecho justicia con la memoria de mi padre». La voz de Francesc Cueva, de 78 años, todavía temblaba. Minutos antes, de manos de un también emocionado Juan Cruz Sol, había roto a llorar al recibir la insignia de oro y brillantes del Valencia. El club que su padre, Josep Rodríguez Tortajada, había presidido durante la guerra civil, a pesar de que con posterioridad la historia oficial determinase, durante siete décadas, que entre 1936 y 1939 el Valencia había paralizado su actividad.

«Del 36 al 39 fueron unos años vitales para el Valencia y, sin embargo, desaparecieron de la historia. Se trata de algo tan simple como dar a conocer la historia del club, desde la normalidad, a la misma altura que el resto de épocas. No tenía sentido que esos años apareciesen como un agujero negro en la trayectoria del Valencia».

Rodríguez Tortajada, nacido en 1899, hijo de padres aragoneses, militó desde su adolescencia en movimientos nacionalistas y, el 1 de octubre de 1926, se convirtió en socio de la entidad. Su compromiso político, paralelo a su devoción al club como aficionado, le llevó a ser elegido en 1936 como concejal por parte del Partit Valencianista d'Esquerra, tras la victoria del Frente Popular. Las responsabilidades en las áreas de Sanidad y Hacienda, y la tenencia de alcaldía, las llegó a compatibilizar con la presidencia del Valencia Football Club. Con el golpe franquista, fracasado en la ciudad, en agosto de 1936 el club quedó incautado por el personal de acomodadores del estadio, afecto a la UGT, que dio paso a una gestora formada por jugadores, empleados y socios. El jugador Carlos Iturraspe ejercía de vocal, y Eduardo Cubells „estrella del equipo en los años 20„, junto con el técnico Andrés Balsa y Luis Colina formaban la comisión deportiva. Pese al estruendo de bombas y sirenas, el Valencia proseguía su funcionamiento: «Fue una época muy intensa. El Valencia no cesó su actividad. Con la promoción del deporte y la disputa de partidos ayudó a que el drama de la guerra fuera menor. Hubo incluso competiciones, en la que mi padre participó en su organización, como la Liga del Mediterráneo y Copa de la España Libre. Todo eso requería de un esfuerzo», asegura Cueva.

Al proyecto deportivo „con planes como construir un nuevo estadio con ciudad deportiva„, le siguió el compromiso político de un club que se postuló a favor de la República. Así, Mestalla sirvió como escenario para mítines de la CNT, con Juan García Oliver y Federica Montseny como oradores. Cueva recuerda otra fecha clave: «Mi padre solía hablarme del viaje que se hizo a Barcelona en octubre de 1936, para el amistoso entre la selección valenciana contra la catalana, a beneficio de las milicias». En concreto, Cueva se refiere a los actos de «confraternización antifascista» celebrados en el campo de Les Corts, en Barcelona, el 17 y 18 de octubre de 1936. Rodríguez Tortajada presidió el encuentro junto a Lluís Companys, presidente de la Generalitat de Catalunya. Desfilaron falleras con el puño en alto y los capitanes de los dos equipos, Iturraspe y Vantolrà, pidieron la liberación de Ricardo Zamora, encarcelado en Madrid.

Tras la guerra, en abril de 1939, Rodríguez Tortajada fue arrestado en su casa, en la calle Comedias 25, y procesado en un Consejo de Guerra. El 5 de septiembre de 1939 fue condenado a muerte y encarcelado en San Miguel de los Reyes, donde compartió castigo con el futbolista del Valencia Tonín Conde. En enero de 1944, su procedimiento fue revisado y se le concedió la libertad condicional, con el lavado de cara que del régimen con los presos políticos condenados a muerte sin delitos de sangre. Sus antecedentes no fueron cancelados por completo hasta 1959.

La vida fuera de la cárcel

Ya fuera de la cárcel, regresó a Mestalla, aunque «seguía siendo señalado como rojo» y no podía volver a ser directivo. Pero, por encima de las apariencias institucionales, quedaba la relación humana. Por mucho que fuera un proscrito, Rodríguez Tortajada acudía a la sede del club, en la calle Félix Pizcueta, para almorzar y charlar con los empleados. La amistad iba más allá de las ideologías. «Mantuvo mucha relación con Luis Colina, secretario técnico y que había sido compañero suyo en las directivas de los años de la guerra. Incluso a mí me dieron un pase infantil, con el número 1».

Pudo aplaudir a Kempes

«En aquella época no podía volver a ser directivo, estaba marcado, era un rojo. Pero siguió siendo socio. Se sentaba discretamente junto a mi madre en las últimas filas de la Tribuna. Deseaba que llegara el fin de semana».

En 1982, el desconocido presidente número 13 y socio 21 de la entidad, fallecía ante el silencio de club y medios de comunicación. «Aún le dio tiempo de aplaudir los goles de Kempes», recuerda con orgullo su hijo.