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Todo va bien

Todo va bien

Ha acabado el Valencia la temporada sin empezarla pero, creativos que somos, inventando un nuevo modo de protesta: la pañolada protocolaria, la protesta simulada. El tan exigente el público de Mestalla, tan inclemente que ha inventado la sublevación de fogueo. Resulta deprimente ver cómo cuando se entrevista a los jugadores valencianistas para Madrid la primera pregunta siempre es sobre el inaguantable público mestallero. Cualquier día Tebas „nunca nadie tuvo una conversión tan rápida; adversario de Lim y velozmente su mayor fan„ acaba creando una subliga en la que el Valencia se enfrente a su afición y viceversa. A ver quién de los dos saca más puntos.

Frente a esa creación mitológica „la mitología siempre resguarda algo de verdad„, sigo creyendo que esta temporada el público de Mestalla fue mustio y comprensivo. Sus protestas, como pellizquitos de monja. La grada está anestesiada, proclaman algunos de los que presenciaron cómo el Camp del València era capaz de cargarse presidentes, Pauleta mediante. La temporada, tan negligente, ha tenido una contestación popular desproporcionadamente cómplice, al punto de que un «alegrías» sin conocimientos mínimos pudo encadenar eras geológicas sin ganar, al punto de que un proyecto gestionado con desidia y falsedad ha tenido escaso reproche.

Anestesiado Mestalla. Porque sus pañuelos y silbidos no buscan una revolución, no buscan derrocar ningún régimen, sólo pretenden huir de la impotencia. Sólo son resorte para señalarle al propietario la inconveniencia de su ruta. Lim, en una demoscópica, sería un líder muy mal valorado que sin embargo arrasaría en intención de voto. A la española.

Tiene explicación ese Mestalla de bajo perfil por el desfallecimiento, la falta de aliento para provocar un nuevo cambio de régimen después de años tortuosos donde encontrar una propiedad estable y equilibrada era Ítaca. Tanto fue el esfuerzo dedicado a esa supuesta transición a la modernidad que, tras la borrachera, una resaca que entumece.

Por la incredulidad. Fue tanta la exaltación a Lim, su acceso conquistador como el Jaume I de ojos rasgadillos, que asumir que aquel líder mesiánico era en realidad un millonario torpón y desorientado resulta un mazacote demasiado grande de digerir. Solo Tebas es capaz de digestiones tan bruscas. Mestalla, intuyo, sigue poniendo toda su voluntad en creer en Lim a pesar de los escasos motivos.

Lo hace, entre otras, por la falta de alternativas. Una sensación extendida de que entre elegir lo malo o lo peor? Las cicatrices del conflicto societario siguen blandas. Las sombras tenebrosas del pasado son el mejor aliado de los Lim.

Mestalla anestesiado, sí. Y el disgusto macerándose. Llegan los días de la prueba del algodón. La anestesia siempre termina y, por muy alta que sea la dosis, acaba desvaneciéndose. No servirá la morfina. Para entonces la sublevación ya no sería de fogueo.

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