«Mario chuta y falla, falla y chuta y vuelve fallar. La grada se agita como el mar». Nadie mejor que el grupo musical La Gran Esperanza Blanca ha sabido explicar el desafortunado estreno del mejor futbolista del Valencia. Estos días se cumplen 40 años de aquella noche del 16 de agosto de 1976, en la que el «Matador» falló varias goles cantados y envió un penalti a la grada Sillas Gol Sur en el partido que abría el Trofeo Naranja ante el CSKA de Moscú. Dos días más tarde, ante el Hércules, volvió a errar otra pena máxima. Como dice la canción, «nadie supo que estábamos frente al gran Mario Alberto Kempes, que esa noche tan sólo sintió nostalgia de Belville».

Cuarenta años después, todo valencianista de cuna conoce las razones de aquel frustrado debut del argentino. Apenas había aterrizado el día anterior en Valencia. Cansado, bajo los efectos del jetlag y dos meses inactivo por su tensa salida del Rosario Central, no se encontraba en condiciones de responder a las altas expectativas de su fichaje. Tal era su confusión, que el día anterior recibió a un periodista de Levante-EMV casi desnudo en la puerta de la habitación del hotel, no muy presto a su primera entrevista. Hasta su revisión médica resultó problemática: la radiografía reveló un elemento extraño alojado en su estómago. Se aclaró después, cuando se supo que había ingerido una perdiz en un restaurante de Motilla del Palancar, durante el viaje de Madrid a Valencia.

El club, presidido entonces por Ramos Costa, pagó 32 millones de pesetas por él, un dineral en aquella época. Pasieguito, su descubridor, había trabajado duro para incorporarlo.

Aquella calurosa noche del 76, Kempes desperdició cinco claras oportunidades. El partido acabó 2-2. Nikonov y Nazarenko adelantaron a los soviéticos, pero Lobo Diarte y Rep, de penalti en el último minuto, llevaron la primera semifinal del torneo a la tanda de penaltis. Chesnokov, Antonov, Nikonov y Nazarenko marcaron en los visitantes. Rep y Tena anotaron para los valencianistas, que quedaron apeados del primer puesto con los errores de Castellanos y de Kempes. Un hecho que evidenció la sempiterna impaciencia del público de Mestalla. El runrún en la grada creció ante el Hércules, al errar otro penalti. Kempes estaba gafado.

Pero llegó la primera jornada de Liga, y Kempes le marcó dos tantos al Celta.

Dicen que cuando en el minuto 65 anotó el segundo tanto al portero Fenoy, Pasieguito respiró aliviado y se marchó del estadio. Estaba convencido de que Kempes ya no pararía de hacer goles. Así fue: gracias a sus 182 goles en 292 partidos, el Valencia recobró su prestigio y ganó una Copa del Rey en 1979, una Recopa en 1980 y una Supercopa europea antes de convertirse en el mejor jugador del mundo y campeón con Argentina dos veranos después.