En un Valencia en claro declive, la columna vertebral del equipo se descompone. El pilar queda hecho añicos y está por ver si con él todo el edificio. La marcha del nueve al FC Barcelona acaba por derrumbar el eje vertebral, el sostén del equipo. Las mejores piezas huyen o se las invita a salir.

La venta en pública subasta del portero titular durante el último lustro, el brasileño Diego Alves, o el más que cuestionable adiós forzado de Javi Fuego por una cantidad irrelevante para un club de postín no parecen las mejores fórmulas para reforzar la identidad colectiva y tratar de tejer cultura de club, como prometió Pako Ayestarán, un entrenador tan novel como la plantilla que recibe.

La herida sin cicatrizar de otro futbolista llamado a convertirse en centinela del equipo, Dani Parejo, aún empobrece más a una plantilla frágil. El futbolista madrileño lleva meses en permanente huida y la afrenta que ha provocado su deseada marcha al Sevilla desbordará por la sutura mal apuntalada en cualquier momento. Seguramente en el peor.

Mientras, la posible salida del central Mustafi al fútbol inglés sigue candente, otro líder que podría esfumarse. Demasiadas fugas de agua que amenazan con dejar al Valencia CF sin referentes en el vestuario. Si un portero, un central de garantías, un medio centro con galones y un delantero eficaz son los soportes de un equipo digno, el Valencia los ha perdido todos. De golpe. Sin protectores fiables, la plantilla queda herida de muerte. La temporada amenaza ruina desde el primer día. Buscar un maquillaje al 2-4 de la jornada inaugural sólo llevará a un desencanto mayor. La decadencia es de tal magnitud que muy pronto llegará la autodestrucción. «¿Será todo el año así? preguntaba un niño el lunes en Mestalla. Nadie respondió.