El 25 de septiembre de 1999 el Valencia encaraba la visita del Valladolid a Mestalla con una congoja similar a la que sufre el actual plantel de Pako Ayestarán. El conjunto entrenado entonces por Héctor Cúper había empezado el curso con cuatro derrotas consecutivas antes rivales de perfil bajo „Racing, Espanyol, Alavés y Betis„. En la charla técnica, el entrenador argentino no arengó a sus futbolistas en busca de una victoria desesperada, ni tampoco apeló al orgullo. Calmó las pulsaciones y con su célebre tono monocorde ordenó a los Pellegrino, Angloma, Mendieta y Piojo: «Ustedes vayan a por la victoria, pero quiero el empate». Los jugadores se miraban incrédulos.

La sentencia de Cúper tenía un sentido. El técnico argentino prefería empezar a sumar, aunque fuera solo un punto y contra un contrincante menor, con tal de dejar atrás la psicosis de derrotas encadenadas. El Valencia buscó la victoria pero no pasó del empate. 0-0. Un punto raquítico que tuvo un efecto balsámico, al dejar de ver el casillero a cero puntos. En la siguiente jornada, el Valencia asaltó el Bernabéu por 2-3. Y el curso se acabó jugando la primera final de la Liga de Campeones de la historia de Mestalla.

Si las comparaciones son odiosas, entre el Valencia de 1999 y 2016 las distancias no pueden ser más amplias. El equipo de hace 17 años venía de ganar de forma brillante la Copa del Rey. Era un bloque con un armazón muy competitivo, equilibrado entre viejos rockeros con ambición y jóvenes dispuestos a comerse el mundo. El actual Valencia firmó hace tres meses la cuarta peor temporada de su historia y está diseñado con brochazos torpes y decisiones frívolas. Es un equipo al que ya en septiembre se mira con desencanto. No obstante, la necesidad de su inmediato presente es igual de acuciante que el del Valencia de Cúper que esperaba la visita del Valladolid. Hay que empezar a puntuar, aunque solo sea un punto.

Ese mínimo objetivo se podría haber alcanzado ayer ante el Betis, pero difícilmente se podía frenar la inercia heroica de un equipo que había igualado con inferioridad numérica una desventaja de dos tantos. La victoria era un premio tan goloso como justo. A pesar del 2-3 final, el encuentro disputado bajo un intolerable horario debería tener para el equipo blanquinegro la misma sensación reparadora que el primer mísero punto de 1999. La constatación de un inicio, de que este Valencia tiene una base a la que agarrarse, aunque sea una premisa tan fundamental como el orgullo y la casta, aunque ayer no sirviera ni para sobreponerse a los errores propios. El estímulo aportado por Munir El Haddadi, una mayor compenetración de Garay y Mangala, la recuperación definitiva de galones de Dani Parejo, el paso adelante de Nani deberían ser señales que maduren en las próximas semanas en un proyecto a contracorriente.

Así lo entendió ayer el sufrido público que ayer soportó el sol y la derrota de un colista con alma escondida. No hay mejor lugar que San Mamés para confirmarlo.